miércoles, 30 de abril de 2008

Acerca del lujo

En Inteligentes.com estamos suscritos a la revista Expansión, por lo cual nos llega, sin haberla solicitado, otra revista llena de anuncios insulsos, de artículos de lujo (yates, aviones, relojes) y artículos que pretenden decirme como mantener o mejorar mi 'life&style'.

Como buen obsesionado por la lectura no puedo dejar de hojear y, más frecuentemente de lo que quisiera, leer algunos de los artículos de esa revista que dificilmente compraría voluntariamente.

En uno de esos artículos, regularmente cortos y muy enfocados a promover alguna marca, me encontré algunos conceptos que me parecen interesantes. Estas opiniones son de Andrea Cannelloni, un italiano que trabaja como director creativo de Boss Orange.


  • La moda es emocionante, experimental y una forma de expresión. No se trata de tendencias, se trata más bien de encontrar la forma de crear un estilo individual y muy especial.

  • La elegancia y el dinero no están necesariamente relacionados. Puede ser un poco más fácil desarrollar un estilo elegante si no te tienes que preocupar por los costos, pero la elegancia es un actitud que, combinada con un estilo individual, resalta tus características positivas.

  • El lujo es la posibilidad de ser tú mismo. Lujo es la oportunidad de mostrar quien eres. Es una manera de crecer como persona.


lyfe&style, mayo de 2008, No. 45

miércoles, 23 de abril de 2008

Algo más que una michelada

Entraron al elegante salón del hotel de moda en la colonia Condesa.

Ambos caminaban inseguros, sintiéndose incómodos en un ambiente ajeno a ellos. Pero una invitación de esas no se podía rechazar. Jorge estaba ascendiendo como visitador médico y tendrían que adaptarse a ese tipo de eventos.

Al menos su vestimenta no desentonaba con la de los demás asistentes: el traje negro de él, comprado en Suburbia y el trajecito sastre de ella, una oferta de Zara, siempre los sacaban de apuros.

Un mesero los llevó a un pequeña mesa. Tomó la silla y amablemente la invitó a tomar asiento. 'Este si es un caballero' pensó Margarita. Jorge no hacia eso desde que eran novios.

Otro mesero se acercó, solícito, con una carta de vinos y licores.

Ella, temerosa de tantos nombres en francés e italiano, decidió pedir algo sencillo, algo que no fuera el clásico ron blanco o la michelada de todos los viernes, así que se aventuró a pedir un cóctel preparado:

-- Por favor, a mi me trae un Black and Decker, con poco hielo.

martes, 22 de abril de 2008

A ritmo de danzón

Don Enrique salió del cuarto de baño con la toalla en la cintura, echó un ojo al viejo reloj de pared y se alegró de que apenas fueran las 9:15 de la noche. Se acercó a la cama en donde descansaban una camisa negra y un pantalón del mismo color, una corbata gris, calcetines oscuros nuevos y unos tirantes color vino.

En menos de diez minutos se observaba en la luna del ropero. 'Nada mal para alguien de más de cincuenta' pensó al ver su silueta que hace diez años debió haber sido esbelta y elegante.

Se sentó al borde de la cama, tomó el zapato derecho para ponérselo. Piel negra y blanca desde luego, y asintió al ver que lucía tan reluciente como cuando nuevo. Ese par era exclusivamente para las noches especiales, como ésta.

Se colocó el saco blanco que momentos antes descansaba en el respaldo de una antigua silla de madera y mimbre, se aplicó bastante Agua de Colonia Sanborns en la cara y en el cuello y se peinó el pelo canoso hasta que le satifizo lo que veía en el espejo.

Colocó en la bolsa interior del saco un clip de plata con algunos billetes de viente y cincuenta, un encendedor metálico, su luída cartera y los lentes bifocales que seguramente no saldrían en toda la noche: podría bailar danzón y tango con los ojos cerrados o con la luz apagada. Conocía de sobra cuantos pasos se requieren para recorrer la pista del Salón Aires del Tiempo.

Salió al patio central de la vecindad, aspiró hondo, se llenó los pulmones con los olores propios del barrio. Con gusto se detendría en el puesto de Doña Leticia a comerse una quesadilla de flor de calabaza, pero las prisas y los dientes recién lavados le aconsejaron no hacerlo, ya habría tiempo de comer algo en la madrugada.

El sabía que el grupo de amigas llegaba puntualmente a las nueve, que como siempre se sentarían en la mesa más alejada de la orquesta pero a unos pasos de la pista. Que pedirían una de a litro de Bacardí blanco, tres cocas y tres tehuacanes. Que Pancho, el mesero, les llevaría, además, una hielera de plástico con hielo en cubos y un tazón con chicharrones de harina. La salsa Valentina nunca faltaba en cada mesa. Que empezarían a tomar en silencio, mirando a la puerta con la esperanza de que llegara gente nueva.

De los parroquianos habituales ellas conocían casi todo: quién está casado, quién es un borrachales, quién apesta a grasa de camión y mugre de varios días, quién va solamente a levantar a las desesperadas que se mueren por un acostón, quién baila como si tuviera dos pies izquierdos y quién las podía llevar en la pista como por las nubes.

Por eso un nuevo personaje siempre era atractivo: llevaba consigo la esperanza de encontrar a alguien que las tratara como se merecían, que no las viera como un par de nalgas o de tetas. Que fuera "atento, sincero, divertido, trabajador", un futuro marido. O al menos alguien que entendierá que el danzón es una manera de hacer el amor en la pista, pero sin consecuencias, sin ataduras, con arte.

Don Enrique llegó después de las diez, cuando ellas ya habían apurado casi al mitad de la botella de ron. Las cuatro amigas ya estaban más relejadas, más dispuestas a bailar casi con cualquiera, pensando que después de todo alguno de los presentes podría cambiar un poco si se casaba con una buena mujer, como lo eran ellas. El alcohol, el ambiente y la insistencia de los caballeros lograban que su resistencia fuera a la baja. Al final todas acababan bailando. Todas, menos Argentina.

Argentina nunca bailaba. No desde que murió su marido en aquel terrible accidente cuando regresaban de Oaxtepec. El autobús que habían alquilado para el viaje había acabado en el fondo de una barranca poco profunda, a unos kilómetros de San Pedro Atocpan. No hubo mucha pérdidas humanas; de hecho el esposo de Argentina fue el único difunto. Ella y varios de sus vecinos pasaron algunas semanas en el Seguro Social o en la Cruz Verde antes de ser dados de alta y regresar a la vida normal.

Desde entonces ella sólo veía bailar a sus amigas. Nadie se arriesgaba a proponérselo. Era de todos sabido la insultante manera con que rechazó a aquel muchacho imberbe que trató de bailar con ella cuando se animó a regresar al salón ya como viuda. Gritos, llanto, insultos, más llanto. Solo los nuevos lo intentaban, pero eran rechazados con firmeza y sin dejar duda de que su airado 'no' era definitivo y no una manera de hacerse la interesante.

Todo mundo aseguraba que era una manera de guardarle luto a Cayetano, su difunto esposo, que fue bueno para el danzón y el swing. El y Argentina habían ganado un concurso de aficionados que organizó la XEW a finales del siglo pasado. Se llegó a rumorar que a través de las cortinas de la vivienda de Argentina era común ver su silueta bailar sola y con torpeza después de regresar del salón de baile. '¡Los efectos del exceso del ron¡' aseguraba Tere la del 17.

Don Enrique bailó poco esa noche. Sólo las clásicas, sólo con las mejores para el danzón. Nereidas con Adelaida y Salón México con Isadora, no más. Casi no bebió: un par de mojitos, con más hielo que azucar, muy batidos, que Pancho le preparaba con maestría.

Sentado en una mesa al otro lado de la pista fumaba uno tras otros sus Delicados sin filtro observando insistentemente a la mesa del grupo de amigas.

Su mirada llegaba hasta los recovecos de la mente de Argentina, o al menos eso es lo que deseaba. 'Esta es la noche, no debo aplazarla más' dijo en silencio, seguro de que las música y el barullo del lugar impedirían que 'El Picudo', su compañero de mesa, lo escuchara.

Sabedor de la tragedia de Argentina, Don Enrique nunca había intentado sacarla a bailar, a pesar de que sus amplias caderas, su abundantes senos y su hermosa cabellera negro azabache lo habían atraído desde que la vió bailar la primera vez con Cayetano, el ahora difunto, hace más de dos años.

No podía darse el lujo de ser rechazado: su fama de buen bailarín y mejor conquistador podría recibir un golpe mortal. Algo que a sus 53 años sería muy difícil de remontar.

La orquesta terminó el danzón, algunas parejas permanecieron en la pista, mientras otras se dirigieron a sus mesas. Don Enrique apuró el resto de mojito, apagó el Delicados y se levantó mirando todo el tiempo a los ojos de Argentina. Se abotonó el saco y caminó decidido hacia ella, cortando la pista en dos. Las parejas se apartaban de su camino. Casi todos los miembros de la orquesta seguían el derrotero de Don Enrique. El director dejó sus manos suspendidas en el aire, a la espera de la selección de la afortunada.

Argentina levantó la vista al sentir el silencio que se hizo en el salón. Volteó hacia la pista y observó que ésta se abría como el Mar Rojo para dar paso al mejor bailarín del local. Y sí, se dirigía hacia ella.

La pista la orquesta empezó a tocar nuevamente. Las amigas de Argentina temían lo peor. Don Enrique llegó al grupo y rodeó la mesa. Llegó a un lado de ella, extendió el brazo y dijo:

-- No temas.

Ella se levantó casi en contra de su voluntad, sabía que no podía negarse. Caminó adelante del bailarín, bamboleante, hacia la pista. Llegó al centro, giró ciento ochenta grados y esperó, garboza, a que su pareja tomara su mano izquierda y rodeara su cintura, muy apetecible todavía a los cuarenta y cinco.

Don Enrique la llevó lentamente durante los primeros pasos, bailando literalmente en el área de un ladrillo. Ella se notaba tensa. Su mano izquierda atenazaba con fuerza la de su pareja. Su vista fija en los ojos de él. Su rostro no reflejaba el clásico gusto de los bailadores, más bien parecía que estaba al borde de un precipicio, midiendo cada movimiento para evitar caer.

-- Vas muy bien -- le dijo Don Enrique -- Sigue así, confía en mi.

A medida que avanzaban los acordes del danzón ella se notaba más relajada. El se atrevía a hacer movimientos más amplios, con más filigrana.

-- Nadie lo nota. Suelta el cuerpo. Siente el placer de estar entre mis brazos. Lo estás logrando.

Argentina empezó a sonreir, a respirar con calma, a darle calidez a sus movimientos.

-- Eso es. Lo siento. Tu cuerpo empieza a enviarme ondas de sensualidad. Empiezo a desearte -- murmuró Don Enrique al oído de ella. La cara de Argentina se sonrojó.

Ella se apretó más al cuerpo masculino. Percibió algo que estaba segura que era una erección. Eso la excitó y la hizo pegarse más el vientre de él.

-- Conozco tu secreto. -- continuó él -- No me preguntes como lo hice. Alguién me dijo que, por el accidente, la mitad de tu pie derecho es de madera. Pero nadie lo ha notado, ni lo hará. Bailas tan bién como cuando vivía el difunto.

Argentina trastabilló. Él la tomó de la cintura y le trasmitió su seguridad. Se recompuso y retomó el paso.

-- Tu corazón no es de madera, palpita y siente como el de cualquier mujer apasionada. Y estoy seguro de que tu sexo está ávido de un hombre como yo. Para estar conmigo me debes asegurar que serás mejor en la cama que en la pista.

Argentina levantó la vista, lo miró a los ojos y sonrió:

-- Pendejo, no sabes que alacrán te estás echando encima. No volverás a tener a nadie como yo después de esta noche, así que te reto, amor, a que me devuelvas la vida.

Ella rió finalmente como no lo hacía desde que salió del hospital. Respiró hondo y se prometió que le haría saber a Don Enrique toda la pasión contenida que estaba guardando para el primero que volviera a hacerla volver a la pista y a la cama.

domingo, 20 de abril de 2008

Bichito 013

No pude resistir más la provocación y le dije:

-- No, te equivocas. No te quiero coger a ti, me quiero coger a tu cerebro.

- ¿Ah, sí? ¿Y eso cómo se hace? -- preguntó, incrédula.

-- Pues igual: por la vagina. Pero es más rico.

Sus sonoros orgasmos aun retumban en mis oídos y sus araños tardaron más de quince días en sanar.

miércoles, 9 de abril de 2008

Bichito 012

¡Ay Bichito!

¿En dónde andas?

Estas largas noches, calurosas y solitarias, marcan más tu ausencia, tu empecinamiento en no estar.

A veces te requiero aquí, al alcance de mi mano, de mis labios, de mi hombría.

En ocasiones me apabulla la idea de que deben trancurrir dos o tres días más para tenerte, besarte, disfrutarte.

Y las tentaciones son grandes:

Una sirena que se aparece en las noches, en la penumbra. Amable, insegura de navegar en tierra firme, cómplice de mis deseos, pero tan irreal como real es tu ausencia.

Una parvada de palomas que acarician mis mejillas, que refrescan momentáneamente mi cara, pero efímeras e inasibles como un suspiro.

Un fantasma que no acaba de irse, que aparece en los lugares y momentos más inesperados: en La Tregua, en mis sueños, en mis lecturas, en las letras de Sabina, en las cursis y románticas canciones de la radio.

¡Ay Bichito!

¡Que el tiempo nos ayude! ¡Que el amor se sobreponga al vacio! ¡Que la soledad no nos lleve al naufragio!

lunes, 7 de abril de 2008

Una twittera en la cocina

Una de mis followers (o seguidoras) en Twitter es xinita, una joven postmoderna y geek que no sabe como interactuar con las estufas electrónicas, pero que goza hasta el paroxismo con ciertos placeres culinarios. Esto es lo que nos compartío el día de hoy (7 de abril de 200) en esa red social:

xinita> Me c%&$/& en la (/&%)/(&)( que me /&%(/&%)( por la /%(/&( la estufa dice "Encendido electrónico" ash! La tengo que conectar a la corriente
xinita > Ya pude! Una mujer como yo no es mujer si no sabe prender estufa ajena!
xinita > Bah, se apagó solita v_v
xinita > Chingue a su madre la estufa v_v
xinita > Abriendo el microondas...
xinita > Más más... Si...
xinita > Mmhhhh que rico...
xinita > Ohhhh yeah! Dame más! Que lo sienta entrar en mi boca!
xinita > Wow que rica estuvo esa mordida a la quesadilla!

¡Felicidades xinita, ese es el secreto de la vida: eliminar lo que te impida gozar hasta el último momento!