martes, 21 de julio de 2009

Letreros

Dirigido por Patrick Huges y fusilado del nuevo blog de Lazarus (http://faehin.blogspot.com/).


sábado, 18 de julio de 2009

Amor de película

El suyo fue un amor de película: duró menos de dos horas y fueron felices para siempre.

martes, 7 de julio de 2009

Llora idiota

Escuché su pasos que se acercaban. El picaporte giró, y apareció ella tras la vieja puerta de madera. Vestía sus eternos jeans deslavados. Su pelo, largo y suelto, hermosamente castaño, le cubría casi toda la cara. Había estado llorando.
No me miró a la cara. Su ojos apuntaban a la alfombra que nos sirvió varias, muchas veces como lecho.
Sólo se me ocurrió decir:
-- Hola, gracias por recibirme – Me sorprendió escuchar mi voz tan baja, tan insegura.
-- Es lo mínimo que puedo hacer por ti, por nosotros. Toma asiento – me dijo señalando la sala. Su voz trataba de ser neutra.
Es extraña la sensación de sentirse invitado en la que alguna vez consideré mi casa, mi refugio, mi lugar.
Ocho meses fuera. Ocho meses envuelto en la vorágine de un nuevo amor, de una nueva vida, de unos labios diferentes, de un sexo nuevo, de distintas maneras de amar y amanecer.
-- ¿Quieres café o cerveza? Creo que todavía existe la de Sauza Hornitos ¿la recuerdas?
Claro que la recordaba, yo la compré aquella noche, la fatídica, la última. La lleve pues sabía que dos o tres tragos de tequila me darían valor para hacer lo que hice. Al final ambos tomamos de la misma copa, con los ojos llenos de lágrimas y el alma llena de lodo.
-- Si, dame un poco. ¿tienes limones?
-- Si en el refri debe haber algunos. No he dejado esa buena costumbre de tenerlos siempre a la mano. También tengo sangrita. ¿quieres?
Si también le enseñé a tomar tequila, con sal, limón y sangrita de La Viuda.
Llevó todo a la sala y se sentó frente a mi, los codos sobre sus rodillas, las manos enmarcando su bella cara, dispuesta a escucharme. Su mirada reflejaba una extraña mezcla de interés, odio, soledad y amor.
Lo dije, sin preámbulos:
-- Quiero regresar contigo. Fracasé. Me equivoqué. Creo que te sigo amando, que nunca dejé de hacerlo.
-- ¿Fracasaste? ¿Eso es todo? -- Me dijo con un rictus de llanto que la hacia verse como una niña de cinco años a quien se le ha muerto su mascota.
-- Si. Eso es todo. Y es mucho. Me siento solo, fracasado
-- ¿La sigues amando?
La miré a los ojos. No podía mentirle, no otra vez.
-- No sé. Tal vez todo se reduzca a que hirió mi inmenso ego, pero estoy muy confundido. Tal vez la sigo amando, me siento muy dolido.
Se levantó, me dio la espalda y su llanto aumentó.
-- Supe que te dejó. Sé que al principio te decía que te quería más que yo. ¿Deveras lo creíste? Me juraste que serías feliz con ella. ¿Y sabes qué? -- empezó a gritar y voltéo hacia mi -- ¡No me lo cumpliste! ¡Te odio!
Avanzó hacia mi súbitamente, en dos zancadas ya estaba casi enfrente de mi. Me puse de pié para defenderme pero llegó a mi con lo brazos abiertos, me abrazó y siguió llorando, ahora en mi hombro.
-- ¿Recuerdas que me leías a Benedetti, a Neruda, a Sabines? -- Me preguntaba, tomando mi cabeza y moviéndola de un lado a otro.
No me salían respuestas de la boca.
-- ¿Recuerdas que me decías que siempre podría contar contigo, que en la calle éramos mucho más que dos, y que te gustaba cuando yo callaba? Y sabes ¡te fuiste con ella! ¿Deveras pensaste que te amaba más que yo? ¡Pendejo!
Me besó bruscamente, me mordió el labio superior. Me abrazó como una madre que recupera a un hijo extraviado.
--¿La amas? ¿La extrañas?¿Te duele el corazón por su ausencia? ¿Verdad que siempre supiste que te estaba esperando?
Era más de lo que me hubiera imaginado. Todo me parecía una locura, totalmente insano.
-- Llora, llora por ella, por mi, por ti – Me decía besando mi cara, llorando, gimiendo.
No me daba oportunidad de hablar. Empecé a llorar con ella.
-- ¿Quién podría amarte más que yo? ¿Quién sufrir contigo, por ti? Yo quiero ser el bálsamo para estos momento de dolor. Quiero tomar tu dolor y sufrirlo yo, tanto así te amo.
Ella no podía parar de hablar y yo de asustarme cada vez más. Ambos llorando como niños.
-- Tu sabes que puedes irte al fin del mundo. Largarte a Tijuana, a Buenos Aires, al fin del mundo, a dónde quieras, a dónde creas que vas a encontrarte a ti mismo, hasta que sepas que diablos quieres hacer con tu pinche vida. Pero, ¿sabes? Sólo hay algo que debes aprender, algo que debe quedarte claro, sin importar con que putas te acuestes: que existe una mujer que te está esperando aquí, en esta ciudad de mierda. Que alguna vez en tu vida debes ser de una sola mujer y que estés dónde estés, en ese pinche momento en que te des cuenta de que esa mujer soy yo, te dejes de chingaderas y te quedes conmigo hasta la muerte o el hartazgo.
Yo seguía llorando. Amaba a otra pero esta mujer me estaba mostrando su corazón sangrante en la palma de su mano.
-- Llora idiota, sácala de tu cabeza, de tu sexo, de tu vida. Si aun tienes lágrimas que llorarle quiero que las saques todas ahora, que las derrames sobre mi hombro hasta que te des cuenta que lo mejor que puedes hacer es volverme a amar como al principio. Que conmigo siempre tendrás todo lo que quieras, que haré todo lo que me pidas, por más absurdo que parezca, por más humillante que pueda ser para otra menos enamorada y menos estúpida que yo.
Me tomé mi tequila de un trago. Sin sal, sin limón. Sin el protocolo que suelo hacer en las cantinas. Esta vez quería sólo el efecto. Quería dejar de oírla. Dejar de saber de ese amor tan asfixiante, tan enfermo, tan dependiente.
Me habría quedado si en lugar de tantas palabras de amor me hubiera recibido a cachetadas, a mentadas. Eso es lo que yo merecía.
Tomé la botella de Hornitos. Le di un trago grande y se lo escupí en la cara.
Dejó de hablar y empezó a gritar.
-- ¡No te vayas!
Tomé un par de limones, el salero y salimos, el tequila y yo, con rumbo desconocido.