sábado, 8 de septiembre de 2007

Subespecies: Los Camélidos

Los Camélidos

Hasta hora sólo he hablado de subespecies que habitan en el transporte subterráneo (con sus superficiales excepciones) de la Ciudad de México, aunque casi juraría que algunos individuos de estos grupos en estudio han emigrado a otros medios de transporte: los microbuses, los autobuses foráneos (guajoloteros en lenguaje culto) y hasta el moderno Metrobús.

Procedamos. Hace poco, comentando sobre esta gustada sección, Jorge López me preguntó que si incluiría a cierto tipo de animales semisalvajes que abarrotan el transporte público: los camélidos.

Esta variedad se ha multiplicado en todo el mundo gracias a la moda de llevar a cuestas cuanta madre quepa en una mochila (backpack). Recuerdo que desde el principio de los 90s ya pululaban en todos los centros vacacionales. Las mochilas que se llevan a la espalda fueron pensadas para transportar la comida, ropa, trastes, municiones, cerillos y hasta la tienda de campaña, es decir todo lo necesario para una guerra (de aquellas cuerpo a cuerpo, en las que se podían observar las cara del enemigo) o al menos un campamento en medio de un tupido bosque alejado de una conexión WiFi.

En esas épocas si se justificaba la mochila. No existía una mejor manera de llevar los artículos de los cuales dependía la vida del valiente explorador o del aguerrido militar.

Las mochilas ya no son lo que eran. Ahora transportan artículos que rara vez se utilizan, que son más que prescindibles y que cuando logran salir de ahí lo hacen en condiciones tan extremas que su destino suele ser el bote de la basura.

¿Qué trae un camélido en ese bulto tan poco estético? Mis investigaciones han dado como resultado esta lista, seguramente incompleta:

  • Un libro de ciencia ficción, que frecuentemente ya fue leído por el animal de carga.
  • De dos a diez discos compactos con música variadita: La Ley, K-Paz de la Sierra, Café Tacuba, U2, etc. La probabilidad de que sean piratas resultó ser del 72.3%
  • Un cuaderno marca Escribe rayado, con pocas hojas útiles. El estado de las tapas y los dobleces en los bordes indican que entró a la mochila el primer día en que fue adquirida y nunca más ha vuelto a ser usado.
  • Dos cassetes con música de banda o de los 70s. Nadie me pudo explicar su origen.
  • Un mouse inservible o unos audifónos incompletos.
  • Un DVD rentado en Blockbuster, el cual debería haberse regresado hace 5 meses. Suele ser de una película de acción, pero en dos ocasiones encontré copias de la película PI.
  • Un sobrecito con tres preservativos del Dr. Simi, caducados en 2005.
  • Los restos de algo que fue un paquete de bolsillo de pañuelos desechables.
  • Una copia del Baldor o las memorias del Che en fotocopias.
  • Una bolsa de plástico, con restos de pan de caja, pedazos de servilleta y olor a jamón de diez pesos los 200 gramos. Se detectaron trazas de jitomate, lechuga y jalapeño.
  • Una botella vacía de Gatorade.
  • Una botella de agua de 2 litros, con solo 120 ml de un líquido turbio con restos de ¿pan?
  • Una memoria USB de 64 MB y una de 1 GB. Ambas llenas de música pirata y fotos de mujeres desnudas.
  • Una distribución de Linux en un CD.
  • Una comic totalmente arrugado pero dentro de su empaque original.
  • Folletos tomados del área de cajas de Bancomer y Banamex, junto a propaganda de salones de belleza, escuelas de cómputo patito y quiropedistas.
  • Dos bolígrafos Bic, sin tinta.
  • Paquetes de chicles, pastillas de menta o paletas baratas.
  • Un diario de hace una semana.
  • Una envoltura de galletas Emperador.


Para cualquier estudioso de la etología es claro que el portar tal cantidad y diversidad de objetos en la espalda, para ir de Ecatepec a Naucalpan, es una muestra de inseguridad, desorden y falta de pulcritud. ¿Quién puede necesitar el Baldor en una travesía en de la estación Indios Verdes a la estación Hidalgo, en un vagón atestado, a las 6:45 de la mañana y, sobre todo, sin haber concluído la secudaria? ¿Un mouse descompuesto salvaría la vida de alguien en caso de que el metro se detuviera más de 20 minutos entre Potrero y Tlatelolco? ¿No es más fácil tener en el la mesa del taller o en el escritorio una botella de gua fresca y limpia?

Pero todo lo anterior no es lo que más detesto de esta subespecie. El portar chingaderas por toda la ciudad es parte de las libertades que conquistaron nuestroe héroes. No, lo que me hace poner verde es subirme a las 9:15 AM a un Metrobús en la estación Revolución y encontrar que la mitad del espacio está ocupado por las mochilas de estos especímenes. ¿Quién, con una cantidad de neuronas útiles igual a la media nacional, puede pretender entrar al metro o al Metrobús con la mochila puesta en la espalda? No solo ocupan el escaso espacio disponible, además sus barrocas espaldad se enredan, enganchan y atoran con todo lo que tocan.

Algunos etólogos asocian ese comportamiento con el trauma de haber llevado a la escuela primaria, durante seis años y en su tierna infancia, una inmensa cantidad de utiles escolares: libros de texto, cuadernos, juegos de geometría y cajas de lápices de colores, muchos de los cuales nunca usó en el aula.

Otros explican esta desviación por medio del síndrome que denominan el mexicano que se va y se va y ni se ha ido. Esta teoría hace alusión al concepto de la familia muégano: los hijos deberían irse de casa a los 18 años o al empezar a trabajar o al casarse o, simplemente, cuando vivan en el mismo cuarto más de 12 personas, ¡pero la gran mayoría no lo hace! Así que, cada mañana, estos animalitos del Señor, de manera inconsciente, se preparan para dejar a su madre y a su familia, cargan con lo necesario y salen al mundo ... que se encuentra a 30 minutos en metro. Finalmente regresan al anochecer al seno familiar, con la mochila llena de pedazos, restos, migajas de su vida misma.

Algún investigador me ha referido, con los ojos humedecidos, que el 93.6% de los chilangos tenemos algo de camélidos:

-- Nomás revise sus bolsillos, su portafolios o la cartera. O échele un ojo al bolso de cualquier dama, aunque ahí a patología es más cabrona. Los chilangos, los mexicanos, nunca nos acabamos de ir, por la Virgencita de Guadalupe que es esto que le digo es cierto.

1 comentario:

Armida Leticia dijo...

Cuando voy al centro de la Ciudad de México, me llevo mi mochila, en la que llevo: Mi botella de agua, un sandwich, mi billetera, lapiz para labios, minicosturero, lápiz, pluma, un libro para leer en el metro, un pequeño cuaderno, mis anteojos, mi radio portátil, mi celular, un paquete de "klinex", block de notas, cinta métrica, sacapuntas, calculadora, mis llaves, crema para las manos, un par de cuerdas para practicar nudos, un encendedor, y por supuesto la camarita digital, creo que no se me olvidó nada.