viernes, 10 de agosto de 2007

Subespecies: Congelados

Congelados


Este subespecie habita en el Sistema de Transporte Colectivo de la Ciudad de México, conocido como Metro por el pueblo.

Sus antecesores solían viajar en los autobuses y microbuses de la zona metropolitana, pero casi se han extinguido por lo angosto de esos medios de transporte.

La característica más importante de estos bichos es su poca habilidad para penetrar en los vagones del Metro: suelen vivir en los primeros 20 cm de los vagones.

Después de observarlos por varios años he notado algunas constantes en su extraño comportamiento:

1. Son los últimos en subir a los vagones.

2. Dan un paso dentro del vagón, miran hacia el interior y aparece un rictus de terror en sus caras. Algo les impide dar el segundo paso y avanzar hacia el pasillo central o los asientos vacios.

3. Pegan la espalda a las agarraderas cercanas a las puertas. Tratan de minimizar el diámetro de sus abultados vientres, siempre sin resultados observables. Pretenden lo imposible: no ocupar el escaso y necesario espacio que queda en el vano de las puertas deslizables del Metro.

Yo estoy seguro que estos especímenes creen a pie juntillas que su presencia pasa desapercibida, como cuando las avestruces meten la cabeza en un agujero en el suelo.

5. Es raro verlos solos, es común ver a dos animales de este tipo, uno en cada lado de las puertas de los vagones.

6. A pesar de que estorban, forman un cuello de botella y retrasan la salida del convoy, ellos persisten en comportarse como si su IQ fuera de 37.5.

Orígenes


El Dr. Vertiz, conocido zoólogo y etólogo de la UAM Amada, ha fomulado una hipótesis sobre sus orígenes:

"Hay dos maneras de explicar ese comportamiento: una mala y otra peor. La primera es considerar que sus madres tuvieron partos muy largos, que ellos sufrieron para salir del vientre de su madre. Ese terrible gesto que muestran al entrar al vagón no es más que un reflejo del terror de volver a ese lugar y no poder volver a los andenes".

"La otra posibilidad es que de pequeños su distraida madre los haya olvidado en un camión de la línea Vertiz-Narvarte o del tranvía Atzcapotzalco-La Villa o, pero aun, en la línea 2 de los microbuses que van de Chapultepec a La Villa. Esa angustía de quedar primero en las manos de un chofer y luego a disposición de un gendarme les hace esperar, en la mismísima entrada, a que baje su santa madre, aunque esa santa mujer ya se encuentre a la diestra del Señor, no el de los anillos, sino el Santo Padre".

"He pedido a Conacyt una nueva beca por dos años para seguir estos esudios. Creo que estoy cerca de resolver ese gran misterio", abunda el Dr. Vertiz.

Yo sugiero una terapia masiva. Si cada uno de los pasajeros del metro al pasar cerca de ellos pateara, aunque sea de manera ligera, sus espinillas, en pocas horas tendrían las piernas tan hinchadas y adoloridas que seguramente generarían una fobia al Metro, con lo cual este medio de transporte se eficientaría en un 17.23%, con el consiguiente ahorro de energía eléctrica y el mejoramiento, en un par de años, del problema del calentamiento global.

Así que los exhorto a cooperar con un codazo, un puntapié o, al menos, un escupitajo en la cara de esta subespecie, como un medio para mejorar el clima del mundo.

¿A qué me sabe tu amor? V2.0

Todo inició el domingo pasado. Lala me dijo:

-- Vamos a ver si hay suficientes zarzamoras en mi jardín para hacerte más mermelada.

Salimos al jardín posterior de la casa a cosechar las zarzamoras. Sólo encontramos una docena de ellas. Dos de las cuales me entregó en la boca, así, con el polvo acumulado. Lala se llevó otras dos a los labios. Por lo magro de la cosecha no habría mermelada.

Afortunadamente en esa pequeña huerta también existe un manzano. Sus frutos son pequeños y ligeramente ácidos, pero lo suficientemente sabrosos para que ella armara el plan B:

-- ¡Mira ya hay varias manzanas, cortemos algunas y te hago algunos strudels, yo se que te gustan mucho!

Asentí y empezamos a recolectar las manzanas mas accesibles, vigilados por sus dos perros que esperaban que cayera alguna para engullirla. En más de una ocasión tuve que pelear por alguna manzana: siempre les gané.

Ya encarrilados en la cosecha, Lala fue por una escalera de aluminio y procedimos a bajar las manzanas que se encontraban más alto o más al centro del árbol. Nos divertimos como enanos tratando de evitar las caidas pues el piso del jardín no permitía fijar del todo la base de la escalera. Llenamos un canasto y mi sombrero de mimbre, recién comprado en San Juan del Rio, con la cosecha.

Por diversas razones ese día no hubo tiempo para la cocina, así que decidimos guardar la fruta y esperar un mejor momento.

Ese momento se dio ayer que fui a visitarla a Metepec.

Después de comer fuimos a Superama. Compramos la pasta hojaldrada y yo aproveché para comprar una cervezas Guinness que mencionaron Mancha y Tacvbo en Twitter.

Ya en la amplia cocina de Lala se nos unieron Mary y Anita, dos de sus hijas. Les agradó la idea de ayudarnos a amasar la pasta y pelar las manzanas.

Lala dio instrucciones a Anita acerca de la mejor manera de usar el rodillo de madera sobre la pasta. Después de un rato la rubia niña de pelo alborotado era una experta con el rodillo. Más tarde Mary le pasó el mondador a Anita y también se convirtíó en experta en amasijos para strudel. Finalmente cada una de ellas colocó las manzanas, que Lala había cortado en trozos pequeños, en el centro de la pasta extendida, les agregaron canela y azúcar (olvidamos comprar las pasas) y doblaron el amasijo para formar el strudel.

Yo, mientras tanto, hacía mi parte: tomar nota mental de todo y engrasar las charolas para el horneado. También batí las yemas de huevo y barnicé, a mano, los pastelillos.

Elsa, la empleada doméstica, ya había prendido el horno y todo estaba listo para el paso final. Lala metió al horno la primera charola. Ya para entonces eran las 8 de la noche, yo tenía que regresar a la Ciudad de México, distante 70 Km. Lala me aseguró que en diez minutos estaban listos los strudels; realmente tuvieron que pasar casi 30. Sólo hubo tiempo para sacar un par de pasteles, envolverlos en papel aluminio, luego en una servilleta de algodón, meterlos en un topercito y ponerlos, junto con mis cervezas, en una bolsa de papel.

Casi dos hora más tarde cené en casa esas delicias, mientra hablaba con Lala por teléfono y bebía un vaso grande de leche tibia.

Mary, Anita, Lala y yo, amasando, mondando, cortando, bromeando, esperando que todo estuviera a punto estabámos viviendo algo esencial, algo que seguramente recordaré cuando haga tabla rasa de mi vida. La felicidad estaba en esa cocina. Esa son las cosas que le dan valor a la existencia. Lo demás en pura vanidad.

viernes, 3 de agosto de 2007

Bichito 007

¡Ay Bichito! Traté de hacerte un poemita muy sensual y erótico y todo lo que obtuve fue algo digno de un cartelito de Sanborn's.

Creo que las musas andan de parranda en el Covadonga. Eso me pasa por dejarlas en los brazos de aquellos cabrones informáticos.

Ni modo, mañana tendremos que sublimarnos en nuestra cita sabatina y demostrarnos que el mejor poema es el que hacemos juntos, sin rima, con la métrica que marca el metrónomo del colchón, con las cacofonías propias de dos bestias jadeantes y en celo, y las eufonías que sean suficientes, sin cercenar a los silencios.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Las babas del diablo

A raíz de la muerte de Michelangelo Antonioni, Marco A. Zamora C. envió un mensaje a PCM en el cual nos recuerda que un cuento de Julio Cortázar inspiró una pelicula del primero: Blow Up.

Copio parte de ese cuento, Las babas del diablo, para incitarlos a que lo lean completo.

...
De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a
preguntarse por qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente
por qué acepta una invitación a cenar (ahora pasa una paloma, y me parece
que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en
seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo
hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién
entonces uno está bien, está contento y puede volverse a su trabajo. Que yo
sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y
contar, porque al fin y al cabo nadie se averguenza de respirar o de ponerse
los zapatos; son cosas, que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando dentro
del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio
roto, entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la
oficina o al médico. Ay, doctor, cada vez que respiro... Siempre contarlo,
siempre quitarse esa cosquilla molesta del estómago.
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