sábado, 15 de marzo de 2008
Julio Jaramillo y Don Enrique
I
Ya casi la había olvidado pero me encontré con aquel caballero canoso en la cantina La Puerta del Sol, mi nueva alternativa después de que cerraron El Nivel. Llegué a la hora de la comida y él se encontraba ya a la mitad de la borrachera, acompañado de un trio al que le pedía, una tras otra, canciones que solía interpretar Julio Jaramillo.
Me senté en la barra, pedi una de barril oscura y apuré cuanta botana me ponían enfrente tarareando algunas de las canciones que están grabadas en mi mente desde que tengo uso de razón. No tardó el caballero en notar que conocía algunas de las letras y me invitó a su mesa.
- Oye cabroncito -me dijo casi a gritos- se ve que te laten estas canciones. Vente conmigo a sufrir por ellas. ¡Pinches viejas, todas son unas putas, pero lo lindas nadie se los quita!
Por solidaridad, por coincidir con su dicho, por tomarme un par de chelas gratis o por adivinar que la plática se pondría sabrosa, accedí a su invitación
- A ver cabrón traéle a mi nuevo amigo otra de lo que está tomando, o no mejor un tequila pa' que tome como hombre, pero rápido que el pinche trío me sale muy caro. ¡Échense otra vez 'Ódiame'!
Y nos pusimos a cantar con el trio.
ódiame por piedad yo te lo pido
odiame sin medida ni clemencia
odio quiero mas que indiferencia por que
el rencor quiere menos que el olvido,
El caballero decía en voz alta el nombre y la ciudad o colonia de las mujeres asociaba con la canción en turno. No decía nada más. Podrían haber sido sus vecinas, sus sirvientas, sus amantes, sus hermanas, la puta de la semana.
- Marta, Guadalajara. Teresa, Tlaltelolco. Rosa, Tulancingo. Lupita, Cuautitlán.
A veces suspiraba. En ocasiones sonreía. Con algunas el rostro se le ponía agrio.
Empecé a recordarla. El alcohol llevó a la superficie de mi memoria recuerdos que estaban casi a punto de hundirse en el drenaje profundo del olvido.
-- ¿Se saben una que dice 'te odio y te quiero'? -- pregunté al líder del grupo, que anotaba en una pequeña libreta las canciones que iban cantando.
-- Clarín de órdenes mi jefe.
Y se arrancaron con:
Me muerdo los labios
para no llamarte,
me queman tus besos,
me sigue tu voz;
pensando que hay otro
que pueda besarte,
se llena mi pecho
de rabia y rencor.
Don Enrique, así se llamaba mi cincuentón amigo, siguió pidiendo canciones y cantando con el trío.
Ella empezó a tomar forma en mi alcoholizada memoria.
II
La conocí en una fiesta. Iba acompañada de un grupo de amigos y amigas de su edad. Isadora es delgada, bella como una mañana de mayo, con el pelo suelto y rizado, y unos ojos que invitan a nadar en sus sueños. Noté que uno de los cuates era su novio. Ella lo besaba al bailar, pero eso no impedia que sus ojos buscaran los mios en ocasiones.
Saqué a bailar a una de sus amigas. Todos ellos estudiaban comunicaciones en una escuela privada. Roberto, el anfitrión, les daba clase de Semiótica y los había invitado. Me confirmó que el acompañante de Isadora era su novio, que llevaban tres meses y que formaban una bonita pareja. Que Isadora tenía 24 años y que era más bien mala estudiante. Me preguntó si me gustaba su amiga. No pude mentir, le dije que me parecía muy bella, pero que ella se veía muy simpática. Que podría hacer feliz a cualquier hombre. Sonrió de manera enigmática.
Isadora dejó de besar a su novio y nos miró con insistencia, tratando de entender el motivo de nuestras risas.
Fuí por otro tequila y Roberto me llamó al grupo en donde se discutía la inutilidad de inventar nuevas palabras sin razón alguna.
-- La palabra debe comunicar una idea, un concepto. Si podemos expresar esa idea con las palabras actuales no necesitamos una nueva. Si no existe, es tremendamente difícil acuñar una nueva. Es casi como dar a luz. -- explicaba el anfitrión.
Isadora se unió al grupo, se puso a mi lado. Sentí que deslizo su mano dentro de la bolsa de mi saco y adiviné que me había dejado una nota.
Me separé del grupo, caminé rumbo al balcón que daba hacia un eje vial y abrí la nota. Estaban escritos su nombre, su celular y su dirección de mensajería instantánea.
Tome nota mental de que llegando a casa la daría de alta en el Messenger.
III
No tardó en conectarse. Charlamos por más de dos horas.
...
(23:22:17) Isadora: A veces yo soy muy hiriente con las palabras
(23:22:44) Roberto: A veces yo soy inmune a las palabras
(23:22:51) Isadora: Pero también muy cariñosa
(23:23:03) Roberto: Pero no a las caricias
...
Listo, estaba hecha la cita. Mis palabras siempre van directo a la zona más érogena de sus cerebros. Aun cuando les hable de ir a misa.
IV
Una noche después estaba en mis brazos. No, no quería que dejara a su novio. Ella no se merecía a un malandrín como yo. Nos veríamos cuando ambos estuviéramos de acuerdo, sin ataduras.
Volvimos a hacer el amor. Sus ojos amenazaban con echar grilletes en mi alma. Sus gemidos querían quedarse a vivir en mi cerebro. Sus besos me suplicaban que no la dejara ir, nunca. Su pelo me recordaba la soga del ahorcado.
Regresó cada noche de esa semana a mi departamento. Se me estaba metiendo hasta el centro de la médula. Se estaba conviertiendo en algo imprescindible. Pero tener una pareja estable es un lujo que no puedo permitirme.
Me confesó que su amiga, la de la fiesta, era lesbiana. Que le pidió que bailara conmigo para investigar mi interés en ella. Hay mujeres que provocan escozor a mi ego. Esta podría ser de esa calaña.
En los dos meses que estuvimos juntos sólo nos vimos fuera de mi departamanto en dos ocasiones. La primera cuando me pidió que la acompañara a comprar un regalo para su novio, al día siguiente era su cumpleaños y quería darle algo diferente.
Le compró un vino rosado.
-- Este vino --le dijo el vendedor, mientras yo leía, sorprendido, los altos precios de las bebidas -- está de moda. Los rosados vienen ganando terreno. La mejor época para degustarlos es ahora, en el verano. Vea su color, igual al rosa pálido del ojo de una perdiz agonizante.
Pagó dos mil pesos por el rosado y doscientos cincuenta más por un Sauza Hornitos para nosotros.
Esa noche la botella de vino visitó cada parte del cuerpo de Isadora. Algunos muy profundos. Su novio no podría quejarse del añejamiento adicional que le dimos a su regalo. No volverá a beber nada mejor en toda su pinche vida.
La segunda vez salimos a comprar ropa para ella, pues se iba con sus suegros a pasar el fin de semana a Valle de Bravo. Los bikinis, las tangas y el pareo fueron estrenados en una pasarela improvisada en mi cama, la cual grabé con mi webcam, que minutos más tarde vimos en mi laptop al hacer el amor.
V
Nueve semanas con la misma mujer es demasiado. Sobre todo cuando me sorprendo, a la mitad de mis labores de reportero, imaginando en donde estará. Deseando que llegue la tarde y reciba el mensaje teléfonico anunciando que si irá a mi departamento ese día.
Siempre llega ese momento. Tenía planeado que después de nuestra sesión erótica le anunciaría que era la última vez que nos veríamos. Que era lo mejor para ella. Que si acaso nuestra separación le causara dolor, éste sería pasajero y acabaría agradeciéndome, en algunos años, mi sinceridad.
Le hice el amor con la entrega y la desesperación que conllevan el saber que era la última vez. Ella participó también de manera excepcional. Besando, jadeando, abrazándome como si presintiera lo que iba a ocurrir.
Terminamos sudorosos, con la respiración entrecortada. Me dejé caer a su lado. Estiré el brazo para tomar los cigarrillos y le ofrecí uno. Se sentó apoyando la espalda en la pared, cubriendo sus senos con la sábana. Le acerqué el encendedor y me preparé para decirle que había llegado el fin.
Iba a empezar a hablar cuando escuché su voz:
-- Fue muy bello. Lo voy a recordar toda mi vida. Pero quiero decirte algo importante -- dijo ella.
-- Me caso en tres meses. -- siguió después de fumar -- Parece que mi novio sospecha algo, me dice que me siente diferente y me ha pedido que me case con él. Le dije que si. Espero que lo entiendas. Esto no tiene futuro. No te convengo. Yo quiero un esposo, hijos, una casa. Yo no soy para ti. Si seguimos podría hacerte daño. No quería casarme sin haber vivido antes algo así. No pude haber encontrado alguien mejor que tu para vivir esta experiencia.
No pude articular palabra. Me levanté. Me serví medio vaso de Hornitos. Le llevé su ropa a la cama y le pedí que se fuera sin decir nada más.
VI
Me muerdo los labios
para no llamarte,
me queman tus besos,
me sigue tu voz;
pensando que hay otro
que pueda besarte,
se llena mi pecho
de rabia y rencor.
Cantaba la primera voz de 'Los Tres Trovadores'
Don Enrique brindaba con los parroquianos de las mesas cercanas. Yo seguía pensando en Isadora. Pedí más y más tequila. Creo recordar que acompañé a Don Enrique a dar una serenata en la colonia Guerrero.
VII
Mi amigo Roberto fue a la boda. Me contó que el brindis no fue con champaña, sino con un vino rosado que el novio, al brindar, recomendó ampliamente, y que les pidió que notaran que era 'igual al rosa pálido del ojo de una perdiz agonizante'. Estoy seguro que no le supo igual al que probó la primera vez.
Ya casi la había olvidado pero me encontré con aquel caballero canoso en la cantina La Puerta del Sol, mi nueva alternativa después de que cerraron El Nivel. Llegué a la hora de la comida y él se encontraba ya a la mitad de la borrachera, acompañado de un trio al que le pedía, una tras otra, canciones que solía interpretar Julio Jaramillo.
Me senté en la barra, pedi una de barril oscura y apuré cuanta botana me ponían enfrente tarareando algunas de las canciones que están grabadas en mi mente desde que tengo uso de razón. No tardó el caballero en notar que conocía algunas de las letras y me invitó a su mesa.
- Oye cabroncito -me dijo casi a gritos- se ve que te laten estas canciones. Vente conmigo a sufrir por ellas. ¡Pinches viejas, todas son unas putas, pero lo lindas nadie se los quita!
Por solidaridad, por coincidir con su dicho, por tomarme un par de chelas gratis o por adivinar que la plática se pondría sabrosa, accedí a su invitación
- A ver cabrón traéle a mi nuevo amigo otra de lo que está tomando, o no mejor un tequila pa' que tome como hombre, pero rápido que el pinche trío me sale muy caro. ¡Échense otra vez 'Ódiame'!
Y nos pusimos a cantar con el trio.
ódiame por piedad yo te lo pido
odiame sin medida ni clemencia
odio quiero mas que indiferencia por que
el rencor quiere menos que el olvido,
El caballero decía en voz alta el nombre y la ciudad o colonia de las mujeres asociaba con la canción en turno. No decía nada más. Podrían haber sido sus vecinas, sus sirvientas, sus amantes, sus hermanas, la puta de la semana.
- Marta, Guadalajara. Teresa, Tlaltelolco. Rosa, Tulancingo. Lupita, Cuautitlán.
A veces suspiraba. En ocasiones sonreía. Con algunas el rostro se le ponía agrio.
Empecé a recordarla. El alcohol llevó a la superficie de mi memoria recuerdos que estaban casi a punto de hundirse en el drenaje profundo del olvido.
-- ¿Se saben una que dice 'te odio y te quiero'? -- pregunté al líder del grupo, que anotaba en una pequeña libreta las canciones que iban cantando.
-- Clarín de órdenes mi jefe.
Y se arrancaron con:
Me muerdo los labios
para no llamarte,
me queman tus besos,
me sigue tu voz;
pensando que hay otro
que pueda besarte,
se llena mi pecho
de rabia y rencor.
Don Enrique, así se llamaba mi cincuentón amigo, siguió pidiendo canciones y cantando con el trío.
Ella empezó a tomar forma en mi alcoholizada memoria.
II
La conocí en una fiesta. Iba acompañada de un grupo de amigos y amigas de su edad. Isadora es delgada, bella como una mañana de mayo, con el pelo suelto y rizado, y unos ojos que invitan a nadar en sus sueños. Noté que uno de los cuates era su novio. Ella lo besaba al bailar, pero eso no impedia que sus ojos buscaran los mios en ocasiones.
Saqué a bailar a una de sus amigas. Todos ellos estudiaban comunicaciones en una escuela privada. Roberto, el anfitrión, les daba clase de Semiótica y los había invitado. Me confirmó que el acompañante de Isadora era su novio, que llevaban tres meses y que formaban una bonita pareja. Que Isadora tenía 24 años y que era más bien mala estudiante. Me preguntó si me gustaba su amiga. No pude mentir, le dije que me parecía muy bella, pero que ella se veía muy simpática. Que podría hacer feliz a cualquier hombre. Sonrió de manera enigmática.
Isadora dejó de besar a su novio y nos miró con insistencia, tratando de entender el motivo de nuestras risas.
Fuí por otro tequila y Roberto me llamó al grupo en donde se discutía la inutilidad de inventar nuevas palabras sin razón alguna.
-- La palabra debe comunicar una idea, un concepto. Si podemos expresar esa idea con las palabras actuales no necesitamos una nueva. Si no existe, es tremendamente difícil acuñar una nueva. Es casi como dar a luz. -- explicaba el anfitrión.
Isadora se unió al grupo, se puso a mi lado. Sentí que deslizo su mano dentro de la bolsa de mi saco y adiviné que me había dejado una nota.
Me separé del grupo, caminé rumbo al balcón que daba hacia un eje vial y abrí la nota. Estaban escritos su nombre, su celular y su dirección de mensajería instantánea.
Tome nota mental de que llegando a casa la daría de alta en el Messenger.
III
No tardó en conectarse. Charlamos por más de dos horas.
...
(23:22:17) Isadora: A veces yo soy muy hiriente con las palabras
(23:22:44) Roberto: A veces yo soy inmune a las palabras
(23:22:51) Isadora: Pero también muy cariñosa
(23:23:03) Roberto: Pero no a las caricias
...
Listo, estaba hecha la cita. Mis palabras siempre van directo a la zona más érogena de sus cerebros. Aun cuando les hable de ir a misa.
IV
Una noche después estaba en mis brazos. No, no quería que dejara a su novio. Ella no se merecía a un malandrín como yo. Nos veríamos cuando ambos estuviéramos de acuerdo, sin ataduras.
Volvimos a hacer el amor. Sus ojos amenazaban con echar grilletes en mi alma. Sus gemidos querían quedarse a vivir en mi cerebro. Sus besos me suplicaban que no la dejara ir, nunca. Su pelo me recordaba la soga del ahorcado.
Regresó cada noche de esa semana a mi departamento. Se me estaba metiendo hasta el centro de la médula. Se estaba conviertiendo en algo imprescindible. Pero tener una pareja estable es un lujo que no puedo permitirme.
Me confesó que su amiga, la de la fiesta, era lesbiana. Que le pidió que bailara conmigo para investigar mi interés en ella. Hay mujeres que provocan escozor a mi ego. Esta podría ser de esa calaña.
En los dos meses que estuvimos juntos sólo nos vimos fuera de mi departamanto en dos ocasiones. La primera cuando me pidió que la acompañara a comprar un regalo para su novio, al día siguiente era su cumpleaños y quería darle algo diferente.
Le compró un vino rosado.
-- Este vino --le dijo el vendedor, mientras yo leía, sorprendido, los altos precios de las bebidas -- está de moda. Los rosados vienen ganando terreno. La mejor época para degustarlos es ahora, en el verano. Vea su color, igual al rosa pálido del ojo de una perdiz agonizante.
Pagó dos mil pesos por el rosado y doscientos cincuenta más por un Sauza Hornitos para nosotros.
Esa noche la botella de vino visitó cada parte del cuerpo de Isadora. Algunos muy profundos. Su novio no podría quejarse del añejamiento adicional que le dimos a su regalo. No volverá a beber nada mejor en toda su pinche vida.
La segunda vez salimos a comprar ropa para ella, pues se iba con sus suegros a pasar el fin de semana a Valle de Bravo. Los bikinis, las tangas y el pareo fueron estrenados en una pasarela improvisada en mi cama, la cual grabé con mi webcam, que minutos más tarde vimos en mi laptop al hacer el amor.
V
Nueve semanas con la misma mujer es demasiado. Sobre todo cuando me sorprendo, a la mitad de mis labores de reportero, imaginando en donde estará. Deseando que llegue la tarde y reciba el mensaje teléfonico anunciando que si irá a mi departamento ese día.
Siempre llega ese momento. Tenía planeado que después de nuestra sesión erótica le anunciaría que era la última vez que nos veríamos. Que era lo mejor para ella. Que si acaso nuestra separación le causara dolor, éste sería pasajero y acabaría agradeciéndome, en algunos años, mi sinceridad.
Le hice el amor con la entrega y la desesperación que conllevan el saber que era la última vez. Ella participó también de manera excepcional. Besando, jadeando, abrazándome como si presintiera lo que iba a ocurrir.
Terminamos sudorosos, con la respiración entrecortada. Me dejé caer a su lado. Estiré el brazo para tomar los cigarrillos y le ofrecí uno. Se sentó apoyando la espalda en la pared, cubriendo sus senos con la sábana. Le acerqué el encendedor y me preparé para decirle que había llegado el fin.
Iba a empezar a hablar cuando escuché su voz:
-- Fue muy bello. Lo voy a recordar toda mi vida. Pero quiero decirte algo importante -- dijo ella.
-- Me caso en tres meses. -- siguió después de fumar -- Parece que mi novio sospecha algo, me dice que me siente diferente y me ha pedido que me case con él. Le dije que si. Espero que lo entiendas. Esto no tiene futuro. No te convengo. Yo quiero un esposo, hijos, una casa. Yo no soy para ti. Si seguimos podría hacerte daño. No quería casarme sin haber vivido antes algo así. No pude haber encontrado alguien mejor que tu para vivir esta experiencia.
No pude articular palabra. Me levanté. Me serví medio vaso de Hornitos. Le llevé su ropa a la cama y le pedí que se fuera sin decir nada más.
VI
Me muerdo los labios
para no llamarte,
me queman tus besos,
me sigue tu voz;
pensando que hay otro
que pueda besarte,
se llena mi pecho
de rabia y rencor.
Cantaba la primera voz de 'Los Tres Trovadores'
Don Enrique brindaba con los parroquianos de las mesas cercanas. Yo seguía pensando en Isadora. Pedí más y más tequila. Creo recordar que acompañé a Don Enrique a dar una serenata en la colonia Guerrero.
VII
Mi amigo Roberto fue a la boda. Me contó que el brindis no fue con champaña, sino con un vino rosado que el novio, al brindar, recomendó ampliamente, y que les pidió que notaran que era 'igual al rosa pálido del ojo de una perdiz agonizante'. Estoy seguro que no le supo igual al que probó la primera vez.
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2 comentarios:
Excelente!
si acaso las referencias tecnológicas desafinan un poco
Por lo demás, me gustó eta pieza.
Saludos
Isadora..ese nombre me recuerda mucho a una amiga querida...murió muy joven, a los 18 años, admiraba mucho a Isadora Duncán.
Me gustó el relato...aunque los boleros y ese tipo de música, no es de mis clásicos...
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