lunes, 13 de octubre de 2008

El guarura

Mi jefe salió rabiando, azotó la puerta y me gritó como si yo tuviera la culpa.

-- ¡Hijos de la chingada, que creen que uno no tiene vida propia! ¡En que momento se les ocurre llamarme!

Todavía traía la camisa abierta, el pelo alborotado y la corbata suelta.

-- No te muevas de aquí, te marco en cinco minutos.

Soy Brayan Pérez, su guarura. Él es un alto ejecutivo de la Secretaría de Energía, casado, con dos bellos hijos. El departamento en el que me ordenaba seguir haciendo guardia se lo compró a Lupita, una empleada de la secretaría que, extrañamente, se jubiló recientemente, apenas a sus veintiocho años.

A los poco minutos me llamó el jefe:

-- Esto pendejos me acaban de dar un encargo urgente. Entra y dile a la Lupe que no me espere, que le llamo en un par de días.

-- Si jefe, con todo gusto, pero la Lupe me va a preguntar porqué no le llamó usted, ¡ya ve como se pone!

-- ¡Por eso buey!, ¡si le marco yo no me la voy a acabar! Tu dile que no sabes nada, que es algo urgente. Y te puedes ir a casa después, tomaré un vuelo a Tabasco en una hora. Te llamo al regresar. Si puedes échale un ojo a la pinche Lupe, ai' te la encargo.

-- Si jefe, suerte. No se preocupe por Lupita, yo me hago cargo.

Y vaya que me hice cargo.

En cuanto el jefe despareció por el elevador toqué la puerta, temeroso pues la Lupe es de mecha corta.

-- ¿¡Quién!? --gritó desde los profundo.

-- Yo, Brayan, le tengo un recado del ingeniero.

-- Pasa, está abierto.

Abrí la puerta y casi se me salen los ojos: Lupita me recibió con un negligé rosa, casi desnuda, con un vaso en la mano.

-- Entra, ¿qué nunca habías visto un modelito como este?

-- Si. --respondí aclarándome la garganta -- De hecho yo lo escogí, pero en el maniquí no se veía tan sensual.

-- Pues no tienes mal gusto ... ¿Esteban?

-- No, señora, Brayan, el Brayan, ¿no se acuerda de mi?.

-- Si te recuerdo, de la secretaría, pero no me digas así, antes me decías Lupita, no seas tan formal ahora.

-- Cómo usted lo mande, Lupita.

-- ¡Relájate! ¿Quieres una cuba? Es de ron cubano, te va a gustar.

-- Gracias, Lupita, pero yo solo tomo tequila, derecho, y nunca en horas de trabajo.

-- Okey, me gusta la gente responsable, ¿Para que entraste? ¿Para decirme que otra vez tu jefecito tuvo una emergencia? No soy pendeja, ya se que su querida esposa tiene tino de apache, que lo llama exactamente cuando está acá, conmigo.

-- No, me dice que tiene que ir a Tabasco, a ver algo de unos pozos muy profundos.

-- ¿Pozos profundos? Será el culo de su esposa, ya no sabe que pretextos darme.

-- No Lupita, esta ves es en serio, deveras le habló el secretario --dije al mismo tiempo que me daba cuenta que estaba aceptando que a veces si miente de mi jefe. ¡Pendejo de mi!

-- Okey, pero si ese cabrón va rumbo a Tabasco, eso significa que tu ya no estás trabajando, así que te vas a tomar un tequila conmigo ¿Herradura Reposado está bien?

No podía negarme, eso desataría su ira, así que no tuve más remedio que aceptar:

-- Si, con sangrita, si es que hay.

-- ¿Crees que no iba a haber en la casa de la amante del ingeniero Madariaga? Ahorita te abro una botella de Herradura y una de sangrita de La Viuda.

De repenté me cayó el veinte: estaba a solas con Lupita, ella con una diminuta prenda, preciosa como puta cara, medio borracha y yo que llevaba tres dias de ayuno. ¿Sería capaz de hacerlo?

Mis dudas se disiparon cuando vi a Lupita agachada buscando las botellas en el pequeño bar. Mostraba sus perfectas nalgas en todo su esplendor, el hilo de la tanga se adivinaba solo por el resorte superior. ¡Que volumen! Nunca en mi vida había poseído algo así de redondo y terso.

De repente caí en cuenta que me decía algo que no entedía.

-- Lupita, no te entiendo, ¿qué dices? -- empecé a tutearla para ir rompiendo el hielo.

-- Que te acerques que no encuentro la sangrita, ayúdema a buscarla.

En la madre, no sabía que hacer. La vista era inmejorable desde donde estaba y además temía su cercanía. ¿Qué tal si en su semiembriaguez ni recordaba que solo traía puestas dos prendas íntimas? ¿Qué tal si yo estaba simplemente imaginándome cosas? ¿Qué tal si ...?

-- ¡Ya deja de verme las nalgas y ven a ayudarme! --gritó sacándome de mis profundas cavilaciones -- Al rato las podrás besar, tocar, morder, pero ahora ayúdame a buscar esa pinche botella de La Viuda.

¡Guau, esa noche cenaría Pancho! Me acerqué por un extremo, su perfume empezó a provocarme pensamientos eróticos pero sabía que debía irme con calma: mi chamba, mi salud o mi vida podían depender de eso.

Al fin apareció la botella de sangrita así que me sirvió el Herradura y la sangrita en unas copas de coñac.

-- Pinche Brayan, recuerdo que hace dos navidades sacaste a bailar a casi todas las arañas de archivo en el baile de la oficina, pero a mi ni me pelaste, ¿por qué cabrón? ¿no te gusto?

-- Al contrario, siempre me has parecido muy atractiva, pero eso de sacar a bailar a la novia del jefe, pus' como que no se vale.

-- ¿Novia? No finjas, yo se que en la oficina me llaman la 'pirujita', 'el detalle del inge', 'la capillita'. Si, soy su quelite, su segundo frente, ¿y qué?

-- Eso a mi me vale madres, el jefe es mi jefe, y lo que haga con su vida privada o contigo no es mi cuete. ¿Oye, que onda? ¿Me quieres contar tus penas o qué? A mi no me metas en tus broncas, yo no se nada, ni me interesa --dije tratando de sacar el bulto a algo que venía venirse.

-- No pendejito, no quiero que seas mi paño de lágrimas, nomás quiero que me bajes la calentura. Aquel cabrón nomás prendió el boiler y no se bañó --dijo mientras se acercaba a mi y me rodeaba la la cabeza con sus brazos, sin soltar su vaso.

-- ¿Y tu crees que por un rato de calentura voy a arriesgarme a perder la chamba, a que den una madriza o a que amanezca encostalado? No, ni madres.

-- Mira, no seas buey --me explicaba mientras me soltaba y caminaba alrededor mio -- Si eres malo para la cama o si tu ya no quieres más será solo hoy. Pero podría repetirse muuuy seguido --continuaba mientras me palpaba las nalgas, la espalda, los brazos, el paquete -- si haces que mi boilercito casi explote de tanto vapor.

Se detuvo frente a mi, se quitó el diminuto negligé y me ofreció sus duras y levantadas tetas. Ya no pude más me abrí la camisa la abracé, la empecé a tocar y la besé en la boca.

Sin soltarla la llevé junto al sofá de la sala. De pié, haciendo equilibrio me quité los pantalones, los zapatos, las truzas (afortunadamente llevaban las más nuevas, sin agujeros) y la camisa. Siempre me ha dado flojera quitarme los calcetines. Aunque esta vez si traía las uñas recién cortadas. Ella se quitó la tanga, se acomodó a los largo del sofá y me hizo espacio como para que me acostara junto a ella.

Lo intenté, pero mis 80 kilos y mi 1.80 no cabían en ese estúpido sofá, asi que con un sólo movimiento la levanté en vilo, me senté en el sofá y la coloqué en mi regazo.

Cuando estábamos en lo mas dulce de un segundo beso, me aventó y gritó muy fuerte, a punto de dejarme sordo:

-- ¡Los condones! ¿donde diablos estarán los condones? ¿Ese cabrón quedó de traer un paquete de veinte, pero con lo que sucedió ya no supe si los traía y si los dejó por ahí. ¡No manches no tengo preservativos! ¡Puta madre!

-- ¡La bolsa amarilla! Si, los pasé a comprar, junto con un tubo de lubricante, busca una bolsa amarilla que dice 'Farmacias A tu salud'. ¡Allá está encima de la mesa del comedor!

-- No, esas son toallas íntimas, kotex que compré ayer. Debe haber otra bolsa.

Así que un par de encuerados, mostrando sus intimideces empezamos como locos a buscar la segunda bolsa amarilla. A mi, desde luego, se me bajó 'la inspiración', a ella un poco la borrachera.

Entonces recordé:

-- ¡En mi coche, están en el asiento de atrás! Deja vestirme y regreso en un momento.

Apenas me puse lo necesario y salí corriendo al automóvil que siempre ecoltaba al de mi jefe. Tomé la bolsa amarilla y regresé al departamento.

Lupita ya no estaba en la sala; tampoco los vasos ni las botellas. La busqué con la mirada y entonces entendí el juego: el negligé había cambiado de posición, se encontraba a la entrada de un pasillo. Me acerqué y observé que más adelante estaba la zapatilla derecha, y a pocos metros se veía la zapatilla izquierda, justo a la entrada de una recámara.

Llegué a la puerta señalada y el espectáculo no podría ser mejor: Lupita, completamente desnuda, me esperaba recostada sobre una inmensa cama. En el baño estaban las botellas, los vasos, limones, sal y hielos. Yo llevaba lo único que faltaba: veinte condones de sabores y colores surtidos, ultrasensibles, lubricados y con textura rugosa.

En el techo había un inmenso espejo y en una pared lateral otro. La figura de mi inminente amante podía verse desde diverso ángulos: en todos ellos resaltaban sus curvas, su color, su belleza.

Me volví a desnudar y salté a la cama. Me recosté junto a ella, mis manos no dejaban de moverse, mi boca recibió su lengua húmeda, que tenía el viejo sabor que aprecio desde mi juventud; ron & saliva.

Me pidió que esperara, se acostó boca abajo en el mero centro de la cama y me musitó sensualmente:

-- Quiero que me beses desde el cuello hasta los pies, lo más lentamente que sea posible. No te detengas demasiado en ningún lugar, ya lo harás cuando me ponga boca arriba. Observa de vez en cuando como nos vemos en el espejo lateral.

Yo, obediente, toqué con mis labios cada centímetro de su piel. En ocasiones giraba la cabeza para observarnos en el espejo. Ella tenñia razón, la imagen era excitante. Luego vino lo mejor. Ella se tendió boca arriba y me dió nuevas instrucciones:

-- Tres minutos en cada pezón y una eternidad en mi sexo. No olvides el espejo.

Varias veces miré al espejo, ¡me cae que yo parecía estrella porno!

Ella jadeaba, se movía, pedía más, manejaba mi cabeza, le daba ritmo. Yo enloquecía. El final, su primer final fue un escándalo. Pero su deseo era infinito. Apenas terminaron sus estertores ya me estaba pidiendo que quería estar arriba, cabalgarme como una amazona en celo.

Ella no olvidó los preservativos; tomó uno naranja, sabor cereza. Lo colocó con todo cuidado, opimiendo traviesa en lugares estretégicos. De vez en cuando volteaba al espejo y sonreía al ver que los efectos que causabe en mi. ¡Me estaba matando de placer!

Me montó por casi media hora. Yo apretaba sus senos, metía mis manos en su sedosa cabellera, me movía como había aprendido en los hoteles de paso de la Doctores. Resistí sus embates hasta donde me fue posible. Al oir sus estruendosos gemidos, al sentir la presión de sus piernas y su sexo no pude más y términé junto con ella.

Se deslizó a mi lado, me abrazó cariñosamente y me dijo, en voz apenas perceptible:

-- Me gustó mucho, te lo juro. Espero que me perdones.

Yo estaba a punto de agradecerle a ella el inmenso placer que me había dado cuando escuché que se abría la puerta de la recámara. Instintivamente jalé la sábana para cubrirnos a los dos y aparecío él, mi jefe:

-- ¡Bravo! ¡Bravo! --decía mientras aplaudía sonriente, con un disco en la mano.

-- Jefe, jefe, yo le puedo explicar ... --traté de decir pero el se puso el índice en los labios.

-- Calma Brayan, calma. No hay problema. Mira --dijo levantando el disco -- aqui están las pruebas de tu deslealtad, de que te aprovechaste de tu puesto. Calma, no pasará nada.

-- Pero jefe, yo ...

-- ¡Brayan hablemos de hombre a hombre, por favor! Hagamos un trato.

¿Un trato? Pensé para mis adentros. ¿Qué podría yo pactar con un subsecretario de estado? ¿Qué interés tendría el en chantajearme con esa grabación? A menos que fuera, ¡claro! ...

-- ¿Ya recuerdas? OK, la idea es que ganemos los dos: tu dejas de chingar con esa comunista idea de fundar el Sindicato Único de Guardias Personales y abortas la absurda idea de abandonar la Federación de Sindicatos del PRI y yo no doy a conocer este video, este caliente video en donde pruebo que no mereces ser líder de ese falso movimiento obrero.

Mi mente daba vueltas. ¿Debería ceder a sus exigencias? ¿deveras ese video podría acabar con mi naciente carrera como líder? ¿estaban mis principios por encima de mi reputación en riesgo? ¿Qué hago, que chingaos hago?

Mi jefe me dió la puntilla:

-- OK, veo que no te decides. Así que aquí va mi resto: si aceptas por escrito que me has sido desleal, y que dejarás esa idea del sindicato, entonces, solo entonces, podrás visitar a Lupita una vez a la semana, para lo que tu quieras.

Incrédulo, miré a Lupita a los ojos, como respuesta ella me pellizcó por abajo de las sábanas indicándome que aceptara, así que asentí con la cabeza y cedí.

El último año ha pasado muy rápidamente.

Lupita me ayudó a a rescatar el video y la carta con mi firma. El sindicato tuvo un éxito increible, dió pie a que muchos sindicatos oficiales salieran del PRI. Mi jefe ha dejado la subsecretaría enmedio de un escándalo cuando su protector, su suegro, supo de la infidelidades de su yerno, desde luego por un anónimo de mi Lupe.

Lupita ahora es la feliz amante del Secretario de la Federación de Sindicatos Libres de México, o sea yo. Ya estamos planeando crear un nuevo partido para sustituir al casi desecho PRD. Mañana tenemos una junta con El Peje, a quien creo que le gusta mi inseparable asistente: mi Lupita.

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