martes, 24 de abril de 2007

Café La Tregua (4)

Ayer pasé presuroso por La Tregua. Poca gente, casi todos conocidos. Eran casi las 10 de la noche. Un cielo gris y un viento insistente presagiaban una lluvia inminente. No contaba con mucho tiempo para detenerme en mi cafetería preferida: antes de las 10:30 debía hacer una llamada a Metepec. Dudé, pero el saber que al llegar casa tendría que prepararme algo de café y revisar el refri para ver que tenía para cenar me ayudó a decidir que lo mejor sería hacer una pequeña escala y aprovechar para saludar a mis amigos.

En el fondo, en el sofá con dos plazas, estaban Esther y Chucho --el trovador de los sábados. En una de las orillas de la barra se encontraban Brenda, Abraham y Ulises con una computadora portatil como foco de su atención. Más allá, en la pared más alejada, una pareja de jóvenes se besaban apasionadamente, alejados de cualquier cosa que no fuera sus labios, sus lenguas y sus humedades.

Inmediatamente le pedí a Brenda una hoja de papel para escribir el poema que se me ocurrió entre las estaciones Pino Suárez y Popotla. Lo escribí tal como me lo dictaba mi memoria y presuroso me acerqué a donde estaba la poeta más cercana: Esther.

Me acerqué a Esther y a Chucho. Sobre una pequeña mesa se veían varias hojas de papel pautado, con notas y palabras. Esther estaba ayudando a Chucho a mejorar los tiempos de la letra de una canción. Algo comentamos acerca de las canciones de Arjona y su falta de métrica. Coincidimos en que tiene algunas metáforas excelentes y algunas dignas de la basura. Le mostré mi poema recién salido del horno a Esther y a Chucho. Esther me recomendó un cambio y le dije que lo pensaría. Chucho mencionó que sería bueno ir por la guitarra para probar lo que habían hecho y ambos desaparecieron para conseguir el instrumento.

Regresé a la barra, pedi un café americano y unos bisquets con mermelada. Brenda y compañía seguían muy divertidos leyendo en la portatil.

Se acercó Eduardo e hicimos algunos comentarios sobre las nueva obra pictórica que se está presentando en las paredes del lugar y acerca de la hora en que finalizó el festejo del sábado pasado por el primer aniversario de La Tregua. Mientra yo cenaba charlamos un poco sobre ópera. Eduardo me prometió dejarme copiar algunos de los muchos DVDs que tiene (Carmen, El Trovador, Cyrano de Bergerac, Aída, etc.) . Le hice saber de mis preferencias malherianas. Hablamos de fotografía, una de las pasiones de Eduardo, y le recomendé la lectura de 'El pintor de batallas' de Pérez-Reverte, pues en esta obra el autor analiza de una manera muy interesante el papel de los fotógrafos en los conflictos bélicos.

Casi eran las 10:30, me despedí de Eduardo. El preguntó si había escrito algo sobre La Tregua recientemente. Le dije que no.

El poema que escribí lo publico más adelante.

Al salir sentía la fresca lluvia sobre mi rostro. En ocasiones la lluvia es una bendición, igual que la vida misma.

Por si fuera poco, una llamada esperaba en mi departamento.

En La Tregua, una estancia de 40 minutos es rica en posibilidades y encuentros del primer tipo.

Eduardo, ya escribí, gracias por darme contenido para mi Bitácora de Ensayo.

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