martes, 6 de marzo de 2007

El Tigre Famélico

Roberto Ramos es el Tigre Famélico, el Confabulador Nocturno, quien dice de memoria largos textos literarios de Gorostiza, Paz, García Márquez, Ibarguengoitia y otros. Lo pueden conocer y gozar los jueves a las 20:30 en La Tregua Café.

Tengo pendiente una visita a su pequeña librería que se encuentra en la estación Normal del metro de la Ciudad de México. Quiero que me hable de él, para divulgar sus afanes de divulgador de la cultura.

Sin embargo, los 80 años de Gabo que se cumplen hoy, 6 de marzo de 2007, me invitan a agradecer a mi tocayo el haber escuchado de su viva voz el primer capítulo completo y de memoria de Cien años de soledad.

Por cierto en la Wikipedia se encuentra una excelente entrada sobre esa obra, no dejen de verla. Dice por ejemplo:

La novela Cien años de soledad fue escrita por Gabriel García Márquez durante 18 meses entre 1965 y 1967 en Ciudad de México, lugar a donde se mudó desde Colombia con su familia. La idea original de esta obra surge en 1952 durante un viaje que realiza el autor a su pueblo natal, Aracataca (Colombia), en compañía de su madre. En su cuento Un día después del sábado publicado en 1954, hace referencia por primera vez a Macondo, y varios de los personajes de esta obra aparecen en algunos de sus cuentos y novelas anteriores. En un comienzo, pensó en titular su novela La casa, pero se decidió por Cien años de soledad para evitar confusiones con la novela La casa grande, publicada en 1954 por su amigo, el escritor también colombiano Alvaro Cepeda Samudio. La primera edición de Cien años de soledad fue publicada el 5 de junio de 1967 por la editorial Sudamericana de Buenos Aires a donde fueron enviados los originales por correo divididos en dos partes.


Volviendo al Tigre Famélico, quiero incluir en este espacio un texto que me acabo de robar del blog de La Tregua Café, pues me parece encantador:

Texto Lunático No 1

El otro día tuve la oportunidad de apreciar la destreza de una niña oriental cuando ofreció un concierto de violín. Después de sobreponerme al encantamiento que su arte produce, logré descubrír, no sin sobresalto, que la música estaba brotando directamente de su corazón a través de sus ojos y que incluso, si así lo deseaba, era capaz de prescindir del instrumento, pero que no lo hacía para no escandalizar a su auditorio.


Mi tocayo seguirá colaborando con el sitio de La Tregua Café, así que no dejen de sintonizar ese blog.

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