domingo, 18 de febrero de 2007

Una mañana de domingo

Domingo 7:00 AM. Me despierto despúes de dormir casi 8 horas seguidas. Prendo la radio para escuchar Horizonte, una estación con música de jazz. Empiezo a repasar mi vida en el pasado cercano.

Una dolorosa separación en los últimos días de octubre del año pasado. Desazón. Soledad. Miedo. Enojo. Más soledad.

Entonces entro a Match.com. Conozco a mujeres excepcionales. Intercambiamos mensajes electrónicos; con algunas empiezo a chatear. Se concretan algunas citas. Encuentros en lugares de todo tipo: Sanborns, VIPS, El Péndulo, Konditori, plaza de Bellas Artes, una cafetería en Metepec. Relaciones que prometen. Salidas al cine. Tardes de tequila. Visitas a museos. Paseos entre pirámides agradeciendo al viento y al frio su complicidad para la cercanía de los cuerpos. Relaciones que decaen. Contactos que se esfuman. Una relación que crece lenta pero inexorablemente.

El hallazgo de una persona afín, distinta y diferente. El avance, paso a paso, hacia el cariño, la ternura, la pasión, el amor naciente.

La nada recomendable etapa de hacer saber a mis contactos de Match mi nueva situación. El difícil manejo de cada respuesta, desde felicitaciones sinceras hasta enojos injustificados. Tuve que pagar algunas cuentas que no eran mías, y otras que me parecieron caras. Era necesario pasar por estos momentos, así que resisto y trato de mantener la calma. Gracias a todas ellas. Disculpas a algunas de ellas.

Ayer estuve en la casa de Lala, festejando su cumpleaños con su familia y algunas amistades. Una reunión agradable, plácida, familiar. Una tarde noche deliciosa, una vez que pasó el bullicio, en el sofá de su casa. Sintiendo un cariño sincero, calido, sin complicaciones. Su presencia me parece un bálsamo, una tregua, una promesa de amor y felicidad. Deseo fervientemente que no termine, que crezca, que inunde mi vida.

Me levanto de la cama a las 7:15. La vista desde la sala es muy bella a esta hora. Desde el tercer piso de mi departamento se pueden ver las copas de los árboles de un jardín que se encuentra en la acera opuesta. La luz del sol les pega desde el ángulo adecuado. Un mar de verdes parece entrar por los ventanales. La luz matutina, desde mis días de aficionado a la fotografía, me parece la mejor para congelar esos momentos irrepetibles, tal vez por su noción de promesa del día, de inicio de un ciclo, de hoja en blanco.

Estoy a la espera de su llamada. Seguiremos festejando. La veré en pocos minutos. La vida es bella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado Roberto, al parecer, estás repleto de catecolaminas... que sea para bien.

Saludos,
Lazarus.