domingo, 3 de junio de 2007
Buen fin de semana
Hace unos minutos partió Lala a Metepec, municipio del Estado de México contiguo a la ciudad de Toluca. Debe llegar a su casa en 45 minutos. Regresa después de pasar el fin de semana conmigo. Ayer, a las 11:40 de la mañana llegó a mi departamento en la colonia Popotla, un viejo barrio de la Ciudad de México.
Fue un fin se semana realmente diverso y divertido, les cuento:
Decidimos visitar la zona sur de la ciudad, así que primero nos dirigimos a la Ciudad Universitaria, la cual alberga a muchas escuelas, facultades y oficinas administrativas de la Universidad Nacional Autónoma de México, para visitar esa gran (en extensión) obra de arte llamada Espacio Escultórico. Desgraciadamente, y gracias a algún burócrata que no despega las nalgas de su escritorio, no pudimos visitar ese sitio: sólo se permite la entrada ¡DE LUNES A VIERNES!
Ni pex. Enfilamos el auto hacia la casa de Frida Kahlo en Coyoacán. Como siempre la casa azul estaba llena de extranjeros. Es impresionante lo conocida que es Frida en todo el mundo. Había por lo menos japoneses, alemanes y gringos. Lala se maravilló con el mantel de la mesa del comedor, con los cojines de las almohadas de la cama de la artista, ambos con el colorido de sus obras. Desde luego que aproveché para hablarle a Lala de Lenin, Trotsky, Marx y otros santones socialistas cuyas retratos aparecen en varias partes de la casa.
Al salir del museo ya pasaba de las 15 horas. Ya era tiempo de comer. La elección era casi obvia: La Guadalupana. Después de depredar los nopalitos, las zanahorias y la coliflor en escabeche que nos llevaron en un plato, acompañados de pan integral con mantequilla, y casi acabar con dos micheladas, ella pidió el mole poblano con pierna y muslo y yo la famosa lengua a la veracruzana que ha hecho famoso al lugar. Yo todavía me tomé un caballito de Sauza Hornitos, mi tequila preferido. Finalmente compartimos un flan napolitano y cada quien terminó con café americano.
A tres minutos de la cantina se encuentra el Museo de Culturas Populares en el que vinos una exposición interactiva de arte popular para niños y una muestra de cruces católicas en el estado de Guerrero. No nos tomó más de medio hora visitar el museo. Realmente yo esperaba encontrar algo más profundo e interesante. Ya será en otra ocasión.
Nuestra siguiente parada fue en la Libreria El Parnaso en donde compramos Luna de Miel Alrededor del Mundo de Dominique Lapierre y Noticias del Imperio de Fernando del Paso.
No podíamos dejar Coyoacán si visitar la legendaria nevería La Siberia: ambos optamos por nieve de agua. Ella de melón, yo de mango. Siguen siendo muy ricos, aunque se han encarecido.
Llegamos a mi departamento después de una rápida travesía. Nos recostamos y tomamos una siesta para resistir el plan nocturno.
A las 22:30 nos apersonamos en Sixties Bar. Yo lo recordaba como un lugar de rucos, sin embargo la concurrencia ha cambiado. Ahora estaba ocupado por grupos de mediana edad, de clase media. Pocos de más de 50 años. En mi última visita, hace más de tres años, le edad promedio debe haber sido como de 55 años.
Cuando llegamos estaban tocando música grabada de los 80s y 90s. La pista estaba abarrotada, varios grupos de mujeres convertían al lugar en un sitio ideal para ligar. Más tarde se presentó un grupo de regular calidad: Doors, Led Zepellin, Chicago, Joe Cocker, Santana y muchos más fueron recordados con gusto por los presentes. Después del grupo hubo una larga sesión de viejas melodias; inició con Frank Sinatra, siguió con Ray Conniff y pasó por Elvis, los Rolling Stones, más Doors, Teen Tops, Credence, Enrique Guzmán y hasta Eddy, Eddy de la super fresa Angélica Maria, que pocos saben que escribió el maestro de maestros (me pongo de pie) Armando Manzanero.
Fue increíble. Pocas veces en mi vida he bailado tanto. Más de media hora moviendo mi pesada humanidad a ritmo de Rock & Roll, de Twist, de Jerk, de baladas insulsas, de más Rock, de ritmos de los que desconozco el nombre. Acabé con la camisa empapada de sudor. Y no, no fue por andar hasta la madre por el alcohol, sólo tomamos un tequila y una michelada cada quién, además de una torta de pierna de un sabor mejor a lo esperado. Por momentos me sentí eufórico. La mezcla de las canciones de mi juventud, el ritual del baile y mi cariño por Lala debieron hacer el milagro.
Regresamos a casa a las 2:30 am. Yo me levanté a las 9:00, aproveché el tiempo para ir a casa de mi madre, recoger mi ropa limpia y comprar tamales, pan blanco y pan de dulce para el desayuno. Cuando Lala despertó la apresuré para desayunar y salir temprano hacia el mercado de Sonora.
Ninguno de los dos conocía ese mercado, a pesar de que ambo somos chilangos nunca habíamos entrado a tan popular mercado público. El mercado de Sonora es muy conocido por su oferta de yerbas medicinales tradicionales, y por los brujos que ahí laboran. Esa era la motivación de Lala para conocer el mercado.
Visitamos la zona de venta de animales (perros, gatos, gallinas para limpias, patos, peces, tortugas, ratones, lagartijas, etc.), la de jaulas para aves y la de herbolaria. Llegamos a las zona mágica guiados por el intenso olor a incienso. En un sólo puesto se pueden encontrar imágenes de varios tamaños de San Judas Tadeo, La Santa Muerte y hasta de el Santo Malverde y Changó o Shangó.
Lala compro algunas yerbas: saponaria (después de que dos veces le trataron de vender yerba del sapo) para probarla como detergente y manzanilla, además de algunos chabacanos.
Yo me compré un ring de lucha libre de plástico, quería algo kistch para mi librero: diez pesos mexicanos ($0.90 USD) hicieron el milagro.
Recordé que cerca del mercado, a una cuadras de Lorenzo Boutorini y la calzada de Tlalpan, existe un sitio para comer las mejores carnitas que conozco, así que fuímos allá y devoramos, después de esperar media hora para conseguir una mesa, 300 g de surtida, 2 quesadillas de sesos y cuatro refrescos helados como nalga de muerto.
Regresamos a Popotla. Nos amamos por segunda vez en el fin de semana y nos prometimos vernos muy pronto.
Ya son casi las 22:30, hora de hablar con Lala y preguntarle como le fue de viaje a su casa. No debo olvidar agradecerle la inmensa felicidad que me dio este fin de semana.
Fue un fin se semana realmente diverso y divertido, les cuento:
Decidimos visitar la zona sur de la ciudad, así que primero nos dirigimos a la Ciudad Universitaria, la cual alberga a muchas escuelas, facultades y oficinas administrativas de la Universidad Nacional Autónoma de México, para visitar esa gran (en extensión) obra de arte llamada Espacio Escultórico. Desgraciadamente, y gracias a algún burócrata que no despega las nalgas de su escritorio, no pudimos visitar ese sitio: sólo se permite la entrada ¡DE LUNES A VIERNES!
Ni pex. Enfilamos el auto hacia la casa de Frida Kahlo en Coyoacán. Como siempre la casa azul estaba llena de extranjeros. Es impresionante lo conocida que es Frida en todo el mundo. Había por lo menos japoneses, alemanes y gringos. Lala se maravilló con el mantel de la mesa del comedor, con los cojines de las almohadas de la cama de la artista, ambos con el colorido de sus obras. Desde luego que aproveché para hablarle a Lala de Lenin, Trotsky, Marx y otros santones socialistas cuyas retratos aparecen en varias partes de la casa.
Al salir del museo ya pasaba de las 15 horas. Ya era tiempo de comer. La elección era casi obvia: La Guadalupana. Después de depredar los nopalitos, las zanahorias y la coliflor en escabeche que nos llevaron en un plato, acompañados de pan integral con mantequilla, y casi acabar con dos micheladas, ella pidió el mole poblano con pierna y muslo y yo la famosa lengua a la veracruzana que ha hecho famoso al lugar. Yo todavía me tomé un caballito de Sauza Hornitos, mi tequila preferido. Finalmente compartimos un flan napolitano y cada quien terminó con café americano.
A tres minutos de la cantina se encuentra el Museo de Culturas Populares en el que vinos una exposición interactiva de arte popular para niños y una muestra de cruces católicas en el estado de Guerrero. No nos tomó más de medio hora visitar el museo. Realmente yo esperaba encontrar algo más profundo e interesante. Ya será en otra ocasión.
Nuestra siguiente parada fue en la Libreria El Parnaso en donde compramos Luna de Miel Alrededor del Mundo de Dominique Lapierre y Noticias del Imperio de Fernando del Paso.
No podíamos dejar Coyoacán si visitar la legendaria nevería La Siberia: ambos optamos por nieve de agua. Ella de melón, yo de mango. Siguen siendo muy ricos, aunque se han encarecido.
Llegamos a mi departamento después de una rápida travesía. Nos recostamos y tomamos una siesta para resistir el plan nocturno.
A las 22:30 nos apersonamos en Sixties Bar. Yo lo recordaba como un lugar de rucos, sin embargo la concurrencia ha cambiado. Ahora estaba ocupado por grupos de mediana edad, de clase media. Pocos de más de 50 años. En mi última visita, hace más de tres años, le edad promedio debe haber sido como de 55 años.
Cuando llegamos estaban tocando música grabada de los 80s y 90s. La pista estaba abarrotada, varios grupos de mujeres convertían al lugar en un sitio ideal para ligar. Más tarde se presentó un grupo de regular calidad: Doors, Led Zepellin, Chicago, Joe Cocker, Santana y muchos más fueron recordados con gusto por los presentes. Después del grupo hubo una larga sesión de viejas melodias; inició con Frank Sinatra, siguió con Ray Conniff y pasó por Elvis, los Rolling Stones, más Doors, Teen Tops, Credence, Enrique Guzmán y hasta Eddy, Eddy de la super fresa Angélica Maria, que pocos saben que escribió el maestro de maestros (me pongo de pie) Armando Manzanero.
Fue increíble. Pocas veces en mi vida he bailado tanto. Más de media hora moviendo mi pesada humanidad a ritmo de Rock & Roll, de Twist, de Jerk, de baladas insulsas, de más Rock, de ritmos de los que desconozco el nombre. Acabé con la camisa empapada de sudor. Y no, no fue por andar hasta la madre por el alcohol, sólo tomamos un tequila y una michelada cada quién, además de una torta de pierna de un sabor mejor a lo esperado. Por momentos me sentí eufórico. La mezcla de las canciones de mi juventud, el ritual del baile y mi cariño por Lala debieron hacer el milagro.
Regresamos a casa a las 2:30 am. Yo me levanté a las 9:00, aproveché el tiempo para ir a casa de mi madre, recoger mi ropa limpia y comprar tamales, pan blanco y pan de dulce para el desayuno. Cuando Lala despertó la apresuré para desayunar y salir temprano hacia el mercado de Sonora.
Ninguno de los dos conocía ese mercado, a pesar de que ambo somos chilangos nunca habíamos entrado a tan popular mercado público. El mercado de Sonora es muy conocido por su oferta de yerbas medicinales tradicionales, y por los brujos que ahí laboran. Esa era la motivación de Lala para conocer el mercado.
Visitamos la zona de venta de animales (perros, gatos, gallinas para limpias, patos, peces, tortugas, ratones, lagartijas, etc.), la de jaulas para aves y la de herbolaria. Llegamos a las zona mágica guiados por el intenso olor a incienso. En un sólo puesto se pueden encontrar imágenes de varios tamaños de San Judas Tadeo, La Santa Muerte y hasta de el Santo Malverde y Changó o Shangó.
Lala compro algunas yerbas: saponaria (después de que dos veces le trataron de vender yerba del sapo) para probarla como detergente y manzanilla, además de algunos chabacanos.
Yo me compré un ring de lucha libre de plástico, quería algo kistch para mi librero: diez pesos mexicanos ($0.90 USD) hicieron el milagro.
Recordé que cerca del mercado, a una cuadras de Lorenzo Boutorini y la calzada de Tlalpan, existe un sitio para comer las mejores carnitas que conozco, así que fuímos allá y devoramos, después de esperar media hora para conseguir una mesa, 300 g de surtida, 2 quesadillas de sesos y cuatro refrescos helados como nalga de muerto.
Regresamos a Popotla. Nos amamos por segunda vez en el fin de semana y nos prometimos vernos muy pronto.
Ya son casi las 22:30, hora de hablar con Lala y preguntarle como le fue de viaje a su casa. No debo olvidar agradecerle la inmensa felicidad que me dio este fin de semana.
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2 comentarios:
Para que tu frustración se convierta en enojo: El espacio escultórico no sólo está abierto únicamente de lunes a viernes, sino que por añadidura en veteasaberquéhorarios. He intentado meterme a correr por ahí (no, no por la loca perversión de ir escapando de alguien o cuestiones por el estilo, sino porque muy seguido corro desde mi casa hasta ahí y de regreso), y siempre me toca ver la puerta cerrada. Rechale.
Me gusta Coyoacán, cuando era adolscente me vestía como algunos "hippies" que todavía andan por allí.
Hace mucho que no voy por allá, una de mis visitas obligadas, era la librería Gandhi.
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