martes, 1 de mayo de 2007

Santiago: una historia digna de ser contada (3)

El domingo 8 de abril salimos Lala, Anita, Georgina y yo hacia la huasteca potosina. Atrás quedaba la bella y colonial ciudad de San Luis Potosí, capital del estado del mismo nombre. Me esperaban casi cuatro horas de carretera hasta nuestra primera parada, las cascadas de Tamasopo. El día estaba nublado, en algunos tramos había una espesa niebla, y a ratos caía una ligera pero molesta llovizna que me impedía aumentar la velocidad hasta donde hubiera deseado. Sin embargo, la calidad de la carretera de San Luis Potosí a Ciudad Valles me permitió mantener unos seguros 120 Km por hora en promedio. Nos paramos a comer en esta última ciudad, la cual se considera la entrada a la huasteca. A partir de ahí el clima se vuelve más cálido, la carretera más sinuosa y serrana. La vegetación pinta de esmeralda todo el paisaje.


En las cascadas de Tamasopo se ofrecen algunos servicios para la gente que quiera acampar cerca de ellas. Al igual que en otros sitios que visitamos en la huasteca, tuvimos que pagar una cuota para entrar, pero la limpieza del lugar y el mantenimiento de las zona lo justifican plenamente. Hay un rio, varias caídas de agua y muchas pozas poco profundas en las que la gente se bañaba, a pesar de la llovizna y la baja temperatura (¿12 C?) que había en toda la zona. El sitio es bello, con agua por todos lados; lleno de árboles, plantas y arbustos muy coloridos: verdes, grises, azules. Si hubiera hecho un poquito de calor y menos lodo, seguramente nos hubíeramos atrevido a entrar en el agua, pero nos quedamos con los trajes de baño, secos, abajo de nuestra ropa de viaje. Al final el auto quedó como chiquero y así se mantuvo por algunos días más.


De Tamasopo nos fuimos un lugar llamado Puente de Diós, en la misma zona. Para llegar a este lugar tuvimos que caminar algunos minutos por un camino empinado y lleno de lodo. Afortunadamente, el vigilante del estacionamiento improvisado (entre árboles, arbustos y con piso de tierra) nos proporcionó, sin costo, tres varas gruesa para usarlas como bastones. Sin ellas hubiéramos caído al lodo más de una vez. Aunque en algunos tramos del recorrido había escalones, el camino no fue sencillo. Mucha gente caía al resbalarse o al tropezarse con las piedras del gastado camino. Este lugar se llama así debido a un paso de la corriente del río a través de la roca, causado por la erosión de la corriente. Maravilloso lugar, digno de visitarse.


En esta foto pueden apreciar a Lala, a Georgina y a Anita, de quien sólo se ve la rubia cabellera, camino al Puente de Diós. La caminata valió la pena, nomás vean la foto de arriba.

Al final del día llegamos al Hotel Taninul, cercano a Ciudad Valles. Este hermoso hotel fue construido para aprovechar algunos manantiales que afloran cerca de una cañada. El resultado es fabuloso: agua, vegetación, calorcito sabroso, buenos precios y comida aceptable. Este fue nuestro centro de operaciones desde el domingo 8 al miércoles 11 de abril, desde aquí partimos para conocer Tantoc, Xilitla y el Sótano de las Guaguas.

Con Tantoc no tuvimos suerte. Manejé por más de media hora entre enormes terrenos ganaderos, a la vera de un río color chocolate, pero la zona arqueológica estaba cerrada por ser lunes. Sin embargo, nos divirtió mucho el paseo, pues vimos ganado vacuno de gran tamaño, árboles preciosos y un cielo espléndidamente azul.

El martes salimos hacia Xilitla, a dos horas por una carretara ligeramente sinuosa pero con poco tráfico. Llegamos a un lugar alucinante llamado Las Pozas. Edward James compró, en los 40s del siglo pasado, una gran extensión de terreno que linda con un hermoso río que se despeña foemando pozas y cascadas. En este lugar James construyó, o al menos lo intentó, un lugar surrealista, totalmente fuera de contexto, loquísimo. Al igual que en otros sitios, se debe pagar una cuota módica para ingresar a Las Pozas. No me agradó mucho el lugar, es muy desafortunado el resultado, pero la visita es obligada.

Finalmente, de regreso, y ya al caer la noche, llegamos un pueblito en el municipio de Aquismón, al cual se accede después de dejar la carretera a Ciudad Valles, viajar por un terreno de terracería y subir hacia la sierra, pasando por algunos despeñaderos muy respetables. Ahí había varios chicos que llevan a los turistas/exploradores al sótano de las guaguas. ¡Uff! Esto estuvo cansado realmente. Caminamos entre un bosque tupido por casi una hora. Primero bajamos por 20 minutos, luego avanzamos en planito por otros 10 minutos. Al final, una pendiente ligeramente pesada nos obligó a sudar y a jadear durante otros 20 minutos que nos parecieron 2 horas. Anita, como siempre, llevaba la delantera.


El lugar es impresionante. Ante nosotros estaba un enorma cráter de más de 70 m de diámetro, apenas algunas rocas nos separaba del abismo. La inminente noche hacia más lúgrube la enorme caverna natural. Era la hora adecuada pues las guaguas (golondrinas) llegaban en parvadas de 50 a 100 aves. Antes de entrar vuelan en círculo alrededor del cráter durante algunos segundos y de repente alguna de ellas, seguramente la líder, se deja caer tomando forma de proyectil, abatiendo las alas y las demás la siguen en el viaje a las profundidades. Lo que escuché me dejo asombrado. Al pasar a nuestro nivel, en caída libre hacia el sótano, producen un ruido semejante a un jet o proyectil: zuum, zuum, zuum. Una tras otra pasaban casi a la altura de mis ojos. Zuum, zuum, zuum, zuum. Se perdían en la oscuridad de la caverna y mi mente no se atrevía a imaginar el estar volando junto a ellas. ¡Impresionante! Lo mejor del viaje. Una experiencia única, fabulosa.

Regresamos al auto ya caída la noche, caminando sin prisa y con esa sensación de que el regreso siempre es más corto que la ida. En una parte del bosque, en la que los árboles formaban una techumbre sobre el camino, Anita conoció a las luciérnagas.

Este fue su relato:

-- De repente me pareció ver lucecitas que volaban entre los árboles. Pensé que era mi imaginación. Eso no podía existir. Cuando Roberto me dijo 'Ana, ¿ya viste las luciérnagas?' comprendí que lo que veía era real. Parecían unas pequeñas hadas en medio del bosque.


Mis lectores deben estar pregúntandose:
-- ¿Y Santiago...?

O quejándose:
-- ¡Ya está bien de esta crónica, queremos saber si Santiago volvió a aparecer!

Si, Santiago o, más bien, sus familiares volvieron a aparecer en nuestro viaje. Pero esta nota se ha alargado tanto que creo que lo dejaremos para mañana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

html te doy las gracias por publicar estas fotos tan lindas y narrarnos todo lo que viste, dichoso tu que puedes ver la naturaleza tal y como es. a de ser hermoso viajar y sentir el olor,el aroma,los colores y todas esos cosas maravillosas que dios nos dio que dios.