sábado, 20 de enero de 2007

Café La Tregua (2)

Regresé a La Tregua. Hoy no está programada ninguna actividad cultural específica, a menos que mi asistencia para tomar café americano, una coca-cola de lata y unos ricos molletes con pico de gallo (todo por $3 USD) sea considerada como una performance. Sin embargo, mi estancia en este espacio fué muy grata. Les cuento.

Cité a Paola y Roberto, mis hijos, en este lugar. Unos minutos después de la hora de la cita descubrí que tenía una llamada perdida de Paola a mi celular, seguramente para disculparse por el plantón. Afortunadamente iba bien acompañado: llevé a la cafetería el libro que estoy leyendo Retornamos como sombras de Paco Ignacio Taibo II (PIT II), así que la primera media hora fue de sólo lectura (¿read only?). Éste es un libro sabroso, una novela negra salpicada de acción, humorismo, espías, historias hitlerianas, un poeta manco, un chino que no lo és: la clásica novela de PIT II. Para muestra unas líneas:

El Poeta era incapaz de vivir en soledad. O los campamentos o los amasiatos, pero nunca había tenido talento a la hora de elegir a las mujeres con las que compartía su vida; quizá, porque en la mayoría de los casos las mujeres decidían por él a la hora de compartirlo. En este último año vivía con Marcela de Tula, una mujer que se proclamaba la representante etérea y karmática de una princesa azteca. Y vivía con ella porque Marcela le prestaba el cuarto del catre y las paredes verde limón, adoraba sus poemas verbales y tenía un lunar sobre el pubis que enloquecía al Poeta y lo obligaba a reconocer que ése era el centro karmático del universo y de sus girondeos sexuales. Y además vivía con ella por huevón, por desidioso, por vago, por abandonado, por indolente, por indecente, malora y perezoso y porqué la sirvienta le planchaba la ropa.

En uno de los descanso de mi lectura, para tomar un sorbo de café, constatar que mis hijos no llegaban y recorrer las mesas en busca de la mujer cuasi perfecta, se me acercó Eduardo, el dueño del lugar, con un gran cuaderno en las manos. Me saludó, puso el cuaderno en la mesa y dijo:

-- ¿Podría escribirnos algo en el cuaderno de visitantes ilustres?

Sí, Eduardo sabía quien era yo. Cuando escribí la reseña inicial del Café La Tregua envié a la dirección electrónica del café una nota anunciandoles su publicación. Luego, el martes pasado, después de que mi hija me visitó en mi oficina, la invité a tomar un café en el multicitado lugar y fue entonces cuando le pregunté a Eduardo si ya había leído mi reseña. El no sabía nada del asunto; me dijo que era su esposa la que leía ese correo y que no lo habían revisado recientemente. Me escribió un un hoja el correo que yo ya tenía y uno alternativo. A cambio, yo le entregué la dirección (el URL, que le dicen los mamilas geeks) de esta bitácora. Así que cuando llegué en esta ocasión al café, Eduardo me reconoció y en cuanto vió la oportunidad se acercó a mi mesa.

Eduardo cumple muchas funciones en La Tregua: dueño, encargado de relaciones públicas, director cultural, padre, esposo y mesero.

Entre las hojas del cuaderno se encontraba una impresión de mi primera nota del lugar. Pregunté a Eduardo --siempre de pie, frente a mi mesa-- si había leído algunas notas más de mi sitio, y un poco apenado contestó

-- No, mire, realmente hace mucho que no voy a internet. De hecho le llamé a un amigo, le di la dirección del sitio y, por teléfono, después de buscar la nota sin mucho éxito, la encontró y me la leyó completamente. Luego me hice de esta impresión.

-- Por cierto, respondí, discúlpame por la imprecisiones que seguramente tiene el texto, pero sólo tome notas mentalmente, en algo me debo haber equivocado.

-- No, me parece que hiciste una buena descripción del lugar. Claro que hay diferencias, pero captaste lo importante. No te preocupes.

A partir de ahí empezamos a intercambiar información sobre nosotros y encontramos varias coincidencias.

Eduardo, como yo, es ingeniero. También trabajó en la UNAM, en la biblioteca del Instituto de Investigaciones Filosóficas. Es materialista y ateo. Conoció personalmente, en algún momento, a Mario Bunge y a Eli de Gortari. Yo supe de ellos por medio de sus obras, comparando las posiciones de cada uno de ellos en el terreno de la epistemología de la Química. Ambos cuatro (los dos filósofos y los dos interlocutores) sentimos una gran afición por la filosofía, aunque Bunge se sale de cuadro por ser positivista.

Eduardo me contó --sin sentarse a mi mesa en ningún momento-- una anécdota en donde de Gortari salió herido.

En mi cerebro, recuerden que estaba leyendo hace unos minutos a PIT II, se mezclaron la novela y la realidad. La narración de Eduardo podría haber sido sacada del libro que estaba sobre la mesa.

Alrededor de 1975 una banda de secuestradores tenia en su poder a la hija del embajador de Bélgica. El rescate por la niña de 15 años (la imagino bellísima, rubia y asustada) debería entregarse frente a la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM.

Al intercambiar un portafolios con el dinero del rescate apareció la guardia blanca y se desató una gran balacera, provocando la desbandada de los transeuntes, entre ellos Eduardo, quien estuvo muy cerca del portafolios, y tentado a tomarlo por creer que era de algún estudiante o profesor. Eduardo, para protegerse de las balas se refugió entre los autos del estacionamiento hasta que terminó el conflicto.

Eli de Gortari, un afamado filósofo mexicano, pasaba en ese momento por el lugar. Una de las balas pegó en una jardinera de concreto, y los pequeños trozos de cemento que se desprendieron golpearon al filósofo en las piernas, haciéndolas sangrar. De Gortari pensó, en lo primeros momentos, que había sido alcanzado por las balas, pero el asunto no pasó a mayores. Para fortuna de todos el pensador vivió para coontarlo.

Al hablar de las futuras actividades en La Tregua, Eduardo dijo

-- ¡Ya recuerdo un imprecisión en tu nota, la reunión de trova y poesía se dá los sábados, no los viernes como tu lo anunciaste!

Aseguré a Eduardo que corregiría ese error. Se alejó de la mesa y me dejó frente al gran cuaderno, en el cual garabateé mi nobre, mi correo electrónico y algunas palabras que seguramente no formarán parte de la historia de los cafés literarios de la Ciudad de México.

Mis hijos nunca llegaron, mi media naranja no acaba de aparecer en ninguna parte de esta ciudad, aunque sospecho que puede habitar en alguna ciudad de las mal llamadas provincias.

A las 9:30 pagué treinta y tres pesos, dejé cinco de propina y me dirigí, feliz, a escribir esta reseña que envío en esta botella virtual al mar de ceros y unos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

> Bunge se sale de cuadro por ser positivista.

¿Eh? ¿Se infiere de eso que tú no eres positivista? He vivido en el engaño, entonces, porque lo finges bastante bien.

dalton dijo...

¡Claro que no! ¡Soy materialista! Me preocupa que digas eso. ¿Qué va a pensar Engels de mí?

kchorro oriental dijo...

Nos acusamosde positivistas y no lo somos, losrománticos llaman positivistas a quienes respetan laciencia, abrazan el realismo y defienden la objetividad dela verdad.Aún existen materialistas no dilécticos como Gustavo Bueno y su gente de Asturias.Soy rioplatense como Bunge y creo que superó el positivismo puesnuncadespreció la ontología y la gnoseología, criticó las metodologías positivistas, enfrentó los relativismosy escepticismos, en lo referente al desarrollo dela ciencia llegó a una visión dialéctica sin reconocerla, es un epistemólogo sin reposición y lamento que haya llegado tan poco de Elí de Gortari a nuestras playas uruguayas siempre me fascinó su rigor.