jueves, 11 de enero de 2007
Los Mochis. Nota 1
Estoy en Los Mochis, Sinaloa. Una pequeña ciudad en el norte de mi país. Una empresa que desarrolla software para la gestión de empresas nos contrató (vengo con Jorge López, el programador y administrador de sistemas estrella de nuestra empresa) para capacitar a cinco de sus programadores (el dueño de la empresa, Miguel Ángel Pineda intenta escaparse de sus actividades diarias para estar en la sala de capacitación con nosotros) en varios temas de PostgreSQL (la mejor base de datos del software libre).
Ayer me tuve que despertar a las 3:45 AM, pues nuestro vuelo salía a las 7:00 AM, lo que me obligabó a estar en el aeropuerto de la Ciudad de México ¡a las 5:00 AM! Eso de tomar un baño a las 4:00 AM no se lo recomiendo a nadie. El avión se demoró casi una hora. La posición en donde abordamos el pequeño avión estaba muy cerca del hangar presidencial, en la nueva zona del aeropuerto, la cual todavía no se inaugura. Unos segundos después de que nuestro avión empezó a moverse para tomar pista se detuvo, y el capitán de la nave nos informó por el sonido local algo como "Nos han avisado de la torre de control que debemos esperar a que despegue el avión presidencial para tomar pista. Le suplicamos nos disculpe por el retraso". ¡Pinche Felipe"!, su sola cercanía me afecta negativamente.
El vuelo fué tranquilo y agradable, excepto por lo exíguo del "desayuno": café sabroso, un poco de melón chino (ese melón de cáscara dura y de color verde claro) y una barra de cereal con fresa, de esas que están de moda para las dietas. Jorge despertó cuando nos llevaron ese remedo de desayuno. Me contó que estaba soñando que la aeromoza le llevaba un sandwich (emparedado para los que no hablen inglés) de buen tamaño que desbordaba lechuga y jitomate. La voz de la azafata lo trajo a la realidad de golpe.
Desde allá arriba se ve impresionante la Sierra Tarahumara. De Los Mochis parte el recorrido del tren Chihuahua-Pacífico, un viaje que debo hacer pronto. Seguramente añoraré la compañía de alguna chihuahense junto a mí ("Es igual, me dijo ella, cuando le pregunté el patronímico de la gente de Chihuahua, 'Chihuahuenses' es una línea de transportes, 'Chihuahueños' es una raza de perros").
La llegada a la costa del Pacífico es espectacular. El aereoplano llega a la orilla del mar y se mueve paralelo a la playa durante varios minutos. Se pueden observar rios, esteros, lagunas, zonas desérticas, áreas de cultivo. Ya cerca de nuestro destino, al descender el avión, se pueden ver muchas aves que han viajado hacia estas cálidas aguas para protegerse del clima inviernal.
El curso lo estamos dando en una pequeña sala en donde apenas cabemos las 8 personas en cuestión (seis de Macropro, dos de Inteligentes.com). Espero tener para la siguiente entrega los nombres de todos ellos. Dos de los programadores son mujeres. Dos simpáticas norteñas, dignas representantes de la belleza local.
Finalmente, a pesar de todo y de todos, llegó la hora de la comida. Nos llevaron a un puesto callejero que vende mariscos. Después de algunos minutos de espera nos pudimos acomodar los seis comensales en una sola mesa. Yo probé la versión local de un coctel de camarones: varios camarones de buen tamaño (al menos de talla mayor a los que consumimos en Chilangolandia) 'nadando' en algo que una de las féminas llamo 'caldito de camarón' (el agua en donde se cocen los camarones, les dije que a la Ciudad de México llegan cocidos, así que allá les ponen 'caldito de ostiones'), jitomate (localmente tomate), muy poca cebolla (la tuve que buscar e identificar) y ¡muchos trocitos de pepino picado!. Además dos tacos de camarón, acompañando cada bocado con alguna de las salsas (comerciales o de la casa) que descansaban en las mesas. ¡Si visita Los Mochis debe probar sus camarones!
La cena. Para encontrar los puestos de tacos en un Los Mochis casi desierto a las nueve de la noche, caminamos más de seis cuadras. Llegamos a la taquería 'Barajas', otro puesto callejero, limpio, concurrido, y encontramos unos riquísimos tacos de carne asada y de tripa, regados con agua de jamaica con hielo, más hielo que agua.
Fue un buen día. Variado, largo como luto de amor, en contacto con gente nueva. En una ciudad que me encuentra sin nadie a quien llamarle por la noche para decirle "Sí, estoy bien. Te extraño mucho. Llego el domingo".
Ayer me tuve que despertar a las 3:45 AM, pues nuestro vuelo salía a las 7:00 AM, lo que me obligabó a estar en el aeropuerto de la Ciudad de México ¡a las 5:00 AM! Eso de tomar un baño a las 4:00 AM no se lo recomiendo a nadie. El avión se demoró casi una hora. La posición en donde abordamos el pequeño avión estaba muy cerca del hangar presidencial, en la nueva zona del aeropuerto, la cual todavía no se inaugura. Unos segundos después de que nuestro avión empezó a moverse para tomar pista se detuvo, y el capitán de la nave nos informó por el sonido local algo como "Nos han avisado de la torre de control que debemos esperar a que despegue el avión presidencial para tomar pista. Le suplicamos nos disculpe por el retraso". ¡Pinche Felipe"!, su sola cercanía me afecta negativamente.
El vuelo fué tranquilo y agradable, excepto por lo exíguo del "desayuno": café sabroso, un poco de melón chino (ese melón de cáscara dura y de color verde claro) y una barra de cereal con fresa, de esas que están de moda para las dietas. Jorge despertó cuando nos llevaron ese remedo de desayuno. Me contó que estaba soñando que la aeromoza le llevaba un sandwich (emparedado para los que no hablen inglés) de buen tamaño que desbordaba lechuga y jitomate. La voz de la azafata lo trajo a la realidad de golpe.
Desde allá arriba se ve impresionante la Sierra Tarahumara. De Los Mochis parte el recorrido del tren Chihuahua-Pacífico, un viaje que debo hacer pronto. Seguramente añoraré la compañía de alguna chihuahense junto a mí ("Es igual, me dijo ella, cuando le pregunté el patronímico de la gente de Chihuahua, 'Chihuahuenses' es una línea de transportes, 'Chihuahueños' es una raza de perros").
La llegada a la costa del Pacífico es espectacular. El aereoplano llega a la orilla del mar y se mueve paralelo a la playa durante varios minutos. Se pueden observar rios, esteros, lagunas, zonas desérticas, áreas de cultivo. Ya cerca de nuestro destino, al descender el avión, se pueden ver muchas aves que han viajado hacia estas cálidas aguas para protegerse del clima inviernal.
El curso lo estamos dando en una pequeña sala en donde apenas cabemos las 8 personas en cuestión (seis de Macropro, dos de Inteligentes.com). Espero tener para la siguiente entrega los nombres de todos ellos. Dos de los programadores son mujeres. Dos simpáticas norteñas, dignas representantes de la belleza local.
Finalmente, a pesar de todo y de todos, llegó la hora de la comida. Nos llevaron a un puesto callejero que vende mariscos. Después de algunos minutos de espera nos pudimos acomodar los seis comensales en una sola mesa. Yo probé la versión local de un coctel de camarones: varios camarones de buen tamaño (al menos de talla mayor a los que consumimos en Chilangolandia) 'nadando' en algo que una de las féminas llamo 'caldito de camarón' (el agua en donde se cocen los camarones, les dije que a la Ciudad de México llegan cocidos, así que allá les ponen 'caldito de ostiones'), jitomate (localmente tomate), muy poca cebolla (la tuve que buscar e identificar) y ¡muchos trocitos de pepino picado!. Además dos tacos de camarón, acompañando cada bocado con alguna de las salsas (comerciales o de la casa) que descansaban en las mesas. ¡Si visita Los Mochis debe probar sus camarones!
La cena. Para encontrar los puestos de tacos en un Los Mochis casi desierto a las nueve de la noche, caminamos más de seis cuadras. Llegamos a la taquería 'Barajas', otro puesto callejero, limpio, concurrido, y encontramos unos riquísimos tacos de carne asada y de tripa, regados con agua de jamaica con hielo, más hielo que agua.
Fue un buen día. Variado, largo como luto de amor, en contacto con gente nueva. En una ciudad que me encuentra sin nadie a quien llamarle por la noche para decirle "Sí, estoy bien. Te extraño mucho. Llego el domingo".
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