viernes, 19 de enero de 2007

Un largo amor

Hace varios años, más de diez, escribí esta historia. La idea surgió al regresar de la ciudad de Tulancingo, en el estado de Hidalo, después de estar con ella todo un domingo, durante su trabajo de fin de semana en un laboratorio clínico del gobierno.

Resultó, de alguna manera, premonitorio.

Un largo amor

El autobús que me regresaba a la Ciudad de México pasaba por un banco de niebla en medio de una lluvia ligera pero pertinaz. La visibilidad había disminuido bruscamente. Sentía una paz muy profunda. Llevaba una hora de viaje y aun sentía el calor de tu último beso. El olor a perfume en mis manos alargaba tu presencia. Después de estar contigo durante siete horas en tu ciudad, en tu lugar, en tu ambiente, recobraba la confianza en la vida. Bastaron cinco semanas para que tu ausencia me doliera, para necesitar verte y oir tu risa.

Tu nuevo trabajo nos obligóa separarnos en un momento en que ninguno de los dos lo deseaba. Al despedirte en la estación el día de tu partida comentamos que deberíamos mantenernos en contacto, pero la falta de teléfono en tu nueva oficina nos impidió que lo pudiéramos hacer con la frecuencia que deseada.

Las pocas horas que duró el trayecto me permitieron hacer una retrospectiva de nuestra relación: Un encuentro casi fortuito en un curso en la universidad, una cita con tintes académicos y el inicio de este romance bajo la lluvia de la Zona Rosa y de la estación del metro la Raza.

No éramos iguales. Teníamos marcadas diferencias en varias cosas, sin embargo, cada vez pasábamos más tiempo sin desear separarnos.

Después vino la etapa del amor físico. Maravilloso. Único. Total. No hay palabras para calificar la manera en que nos entregamos al goce mútuo. Nuestra relación tomo una nueva dimensión.

Después mi cambio de trabajo y tu cambio de domicilio fueron dos peligros para nuestra permanencia. No hubo problema: los sorteamos sin dificultad.

Te convertiste en mi compañera de tiempo completo. Te llevaba a mis conferencias, a mi oficina. Tú me presentaste con tu familia de México. La misma que después pondría algunos peros a nuestro amor. Mi reciente divorcio les asustaba. No me creían la persona más recomendable para su sobrina favorita.

El autobús avanzaba casi a tientas por la sinuosa carretera. El ruido de los limpiadores del parabrisas y de los esfuerzos del motor daban idea de la dificultad para avanzar con ese clima.

Seguía pensando en tí. Me agradó que me presentaras con tus compañeras de trabajo. Que me mostraras tu lugar de trabajo y me explicaras en que consistían tus actividades.

La idea de regresar en un mes y pasar unos días en tu ciudad nos entusiamó a los dos. Planeaste rápidamente el itinerario que me harías recorrer en esa futura visita, incluidas las citas clandestinas que tanto disfrutábamos. La sola posibilidad que se hiciera realidad nos excitaba.

Hacía poco tiempo había escrito en mi libreta-diario lo siguiente:

"La niña del jugo de naranja. La mujer de los miles de momentos felices. La hembra que me posee. Eres todo eso. Estoy por empezar a escribir el Manual del Profesor Exterminio, en donde describiré las técnicas mas poderosas para acabar con el amor o, en su defecto, prolongarlo al infinito. Cada vez te necesito más".

Era cierto, cada día te me hacías más imprescindible

La lluvia casi había terminado. Habíamos bajado de la parte montañosa del camino y empezábamos a entrar en un gran valle. La carretera volvía a ser recta en grandes tramos. El silencio ganado me permitió distinguir a Luis Miguel en la radio del conductor. Era una de las canciones que, según me decías, te hacian recordarme.

Metí la mano al bolsillo de mi saco para tomar la cajetilla de cigarros y descubrí un trozo de papel arrugado que no había visto anteriormente. Lo extendí y con sorpresa reconoci tu escritura. Era una nota corta que me quitó el aliento. En poco más de diez renglones me pedías que no te llamara y que no regresara. Que no me preguntara el porqué. “Sólo quiero que guardes un bello recuerdo de mí, que nuestro amor persista", me decías sin dar mayores explicaciones.

Las luces de la ciudad de México empezaban a distinguirse a lo lejos. Tenía que acatar lo que habíamos prometido: "Nuestro amor debe estar por encima de cada uno de nosotros". Si me hubieras dado explicaciones o si yo regresaba a buscarlas, era probable que muriera mi amor por tí. Me esperaban momentos terribles.

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