martes, 16 de enero de 2007
Recuerdos de viaje
Caminábamos en el centro de la ciudad de Los Mochis. La tarde era aburrida y gris. Teníamos que encontrar algún recuerdo de nuestro viaje, algo para llevar a nuestros conocidos de la Ciudad de México. Pero no encontrábamos ninguna tienda de artesanías, o tiendas de dulces autóctonos, nada con sabor local, algo característico de esta ciudad del norte de Sinaloa.
Jorge se detuvo en seco, volteó a verme y casi grito:
-- ¡Nalgas!
Ante mi mirada inquisitiva abundó.
-- ¡Lo único que voy a recordar de este viaje son las nalgas de las mujeres de Los Mochis!
Yo no daba crédito. Jorge suele ser centrado, cauto, más bien callado y a veces parece enojado. Pero en ese momento una sonrisa llenaba su cara. Lo pensé un poco y su idea tenía mucho sentido.
Era una lástima que no hubiera nalgas para llevar en las tiendas del centro. Seguramente su esposa, Claudia, y mi amada en ciernes no entenderían que nuestra única intención era llevar a casa algo que indicara que recordábamos a los que se habían quedado allá lejos, en el Valle de México.
Jorge se detuvo en seco, volteó a verme y casi grito:
-- ¡Nalgas!
Ante mi mirada inquisitiva abundó.
-- ¡Lo único que voy a recordar de este viaje son las nalgas de las mujeres de Los Mochis!
Yo no daba crédito. Jorge suele ser centrado, cauto, más bien callado y a veces parece enojado. Pero en ese momento una sonrisa llenaba su cara. Lo pensé un poco y su idea tenía mucho sentido.
Era una lástima que no hubiera nalgas para llevar en las tiendas del centro. Seguramente su esposa, Claudia, y mi amada en ciernes no entenderían que nuestra única intención era llevar a casa algo que indicara que recordábamos a los que se habían quedado allá lejos, en el Valle de México.
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